Capitulo veintiuno

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Ella no era la reencarnación de Katherine. 

 Mientras conducía Dereck de regreso a la mansion Salvatore la débil quietud lavanda que precede al amanecer, Dereck pensaba en eso. 

 Se lo había dicho, y era cierto, pero sólo en esos momentos empezaba a darse cuenta de cuánto tiempo le había costado llegar a esa conclusión. Había sido consciente de cada aliento y movimiento de Elena durante esas horas y había catalogado cada diferencia. 

 El cabello era un tono más claro que el de Katherine, y sus pestañas y cejas eran más oscuras. Y aunque no se notaba a simple viste Elena es un poco mas baja que Katherine. También la chica de esta epoca se siente menos segura con su cuerpo y a esa conclusion llego el dia que la vio en la fiesta que se paso la noche entera analizando cada actitud. 

 Incluso sus ojos, aquellos ojos que lo habían dejado paralizado debido al sobresalto experimentado al verlos a, no eran realmente iguales. Los ojos de Katherine, por lo general, habían estado muy abiertos, con un asombro infantil, o, por lo contrario, bajados hacia el suelo, como era lo correcto para una jovencita de finales del siglo XV. Sin embargo, los ojos de Elena no te devolvian la mirada, sin embargo Katherine te miraba con la vista fija e intensa, se podria decir que cada vez que te veia era desafiando tu propia mirada. 

 En gracia, belleza y auténtica fascinación eran parecidas. Pero si Elena es una gatita blanca, Katherine fue una tigresa de la nieve. 

 Mientras pasaba con el coche junto a las siluetas de arces, Dereck reculó ante el recuerdo que le asaltó inopinadamente. No pensaría en aquello, no se permitiría...; pero las imágenes se desenrollaban ya ante él. Era como si el diario se hubiera abierto y no pudiera hacer otra cosa que contemplar impotente la página mientras la historia se representaba en su mente. 

 Blanco, Katherine había llevado un vestido blanco aquel día. Un vestido nuevo de seda veneciana con mangas acuchilladas para mostrar la bella camisa de hilo que llevaba debajo. Lucía un collar de oro y perlas alrededor del cuello y pendientes que eran perlas diminutas en forma de lágrimas. 

Se había mostrado encantada con el vestido nuevo que le habia llegado. Había dado vueltas frente a Stefan, alzando la falda que le llegaba hasta el suelo con una mano menuda para mostrar la enagua de brocado amarillo que llevaba debajo. 

 —Lo ves, incluso lleva bordadas mis iniciales. Lo mande hacer... 

 Su voz se apagó y dejó de dar vueltas, posando lentamente una mano en el costado. 

 —Pero ¿qué sucede Stefan? No sonríes. Él no podía ni intentarlo. Verla a ella allí, blanca y dorada como una visión etérea, le dolía. Si la perdía, no sabía cómo podría vivir.

 Sus dedos se cerraron convulsivamente alrededor del frío metal cincelado. 

 —Katherine, ¿cómo puedo sonreír, cómo puedo ser feliz cuando...? 

 —¿Cuándo? 

 —Cuando veo cómo miras a Damon-Ya está, lo había dicho. Prosiguió lleno de dolor: —Antes de que él viniera a casa, tú y yo estábamos juntos cada día. Tu padre estaba satisfecho, y hablaba de planes de matrimonio. Pero ahora los días se acortan, el verano casi ha finalizado..., y pasas casi tanto tiempo con Damon como conmigo. La única razón por tu padre le permite permanecer aquí es porque tú lo pediste. Pero ¿por qué lo pediste, Katherine? Pensaba que yo te importaba. 

 Los ojos cafes de la muchacha estaban consternados. —Claro que me importas, Stefan. ¡Sabes que es así!

 —Entonces, ¿por qué interceder por Damon ante mi padre? De no ser por ti, habría arrojado a Damon a la calle... 

 —Y yo estoy seguro de que eso te habría complacido, hermanito. 

 La voz de la puerta era suave y arrogante, pero cuando Stefan se volvió vio que los ojos de Damon llameaban. 

 —Ah, no, eso no es cierto —dijo Katherine—. Stefan jamás desearía verte lastimado. 

 Los labios de Damon se curvaron, y lanzó a su hermano una mirada irónica mientras se colocaba junto a Katherine.

—Tal vez no —le dijo a la joven, la voz suavizándose un poco—. Pero mi hermano tiene razón respecto a una cosa, al menos. Los días se acortan y proto te iras. Y te llevaras a él..., a menos que tengas una razón para quedarte. 

 A menos que tengas un esposo con el que quedarte. Las palabras no se pronunciaron, pero los tres las oyeron. El barón le tenía demasiado cariño a su hija para obligarla a casarse contra su voluntad. Al final tendría que ser la decisión de Katherine, la elección de Katherine. 

 Puesto que el tema había salido a colación, Stefan no podía permanecer en silencio. —Katherine sabe que tendrá que dejar todo esto dentro de poco.. —empezó, haciendo alarde de su información confidencial, pero su hermano le interrumpió.

 —Ah, sí, antes de que el viejo empiece a sospechar —dijo Damon con indiferencia—. Incluso el más amante de los padres debe empezar a hacerse preguntas no favorecedoras.

 Enojo y pena embargaron a Dereck al estar escuchando tal conversacion. Era cierto, pues: Damon lo sabía, Stefan tambien. Katherine había compartido su secreto con sus hermanos. 

 —¿Por qué se lo contaste, Katherine? ¿Por qué? ¿Qué ves en él, un hombre al que no le importa nada que no sea su propio placer? ¿Cómo puede hacerte feliz si piensa sólo en él?

 —¿Y cómo puede hacerte feliz ese muchacho si no conoce nada del mundo? —interpuso Damon, la voz llena de un desdén cortante como una cuchilla—. ¿Cómo te protegerá si jamás se ha enfrentado a la realidad? Se ha pasado la vida entre libros y pinturas; deja que permanezca ahí. 

 Katherine sacudía la cabeza afligida, con los preciosos ojos cafes empañados por las lágrimas. —Ninguno de vosotros comprende —dijo—. Pensáis que me puedo casar e instalarme aquí como cualquier dama pueblerina. Pero no puedo ser como las demás damas. ¿Cómo podría tener una casa llena de sirvientes que vigilaran todos mis movimientos? ¿Cómo podría vivir en un lugar donde la gente viera que los años no pasaban por mí? Jamás existirá una vida normal para mí. Aspiró profundamente y miró a cada uno por turnos. —Quien elija ser mi esposo debe renunciar a la vida normal —susurró—. Debe elegir vivir bajo la luna y en las horas de la oscuridad.

 —Entonces tú debes elegir a alguien que no tema a las sombras —dijo Damon, y a Stefan le sorprendió la intensidad de su voz. El muchacho jamás había oído a Damon hablar con tanta seriedad y con tan poca afectación.—Katherine, mira a mi hermano: ¿será capaz de renunciar a su vida perfecta de pricipito? Está demasiado unido a las cosas corrientes: sus amigos, su familia, su deber en este pueblo porboriento. La oscuridad lo destruiría. 

 —¡Mentiroso! —chilló Stefan, que estaba furioso en aquellos momentos—. Soy tan fuerte como tú, hermano, y no temo a nada en las sombras, ni tampoco a la luz del día. Y amo a Katherine más que a los amigos o a la familia...

 —... ¿o a tu deber? ¿La amas lo suficiente para renunciar también a eso? 

 —Sí —respondió Stefan, desafiante—. Lo suficiente como para renunciar a todo. 

 Damon mostró una de sus repentinas sonrisas inquietantes y luego se volvió hacia Katherine. 

 —Al parecer —dijo—, la elección es tuya. Tienes dos pretendientes a tu mano; ¿aceptarás a uno de nosotros o a ninguno? 

 Katherine inclinó lentamente la oscura cabeza. Luego alzó unos húmedos ojos cafes para mirarlos a ambos. 

 —Dadme hasta el domingo para pensar. Y entretanto, no me presionéis con preguntas. 

 Stefan asintió de mala gana. 

 —¿Y el domingo? —preguntó Damon. 

 —Ese día por la noche a la hora del crepúsculo os comunicaré mi elección.

𝔇𝔢𝔫𝔤𝔢𝔯ᴷᴬᵀᴱᴿᴵᴺᴱ ᴾᴵᴱᴿᶜᴱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora