Capitulo dieciseis

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Elena estaba en el sanitario terminando de secar su vestido mojado era tanta la rabia que tenia que si se encontraba con ese chico de nuevo lo iva a matar. Salio de el sanitario con su vestido ya seco y se dirigio a donde estaban sus amigos

El señor Tanner pasó ante ellos con un empapado vaso de papel y aspecto de estar siendo estrangulado por el cuello de su camisa. Sue Carson, la otra princesa de último curso de la fiesta, se acercó veloz y empezó a alabar su vestido. Bonnie estaba ya en la pista de baile, brillando bajo las luces. Pero Elena no vio a Stefan por ninguna parte.

Otra vaharada más de chicle de menta y vomitaría. Dio un codazo a Matt y huyeron a la mesa de los refrescos, donde el entrenador Lyman se lanzó a hacer un estudio crítico del partido. Parejas y grupos se acercaban a ellos, se quedaban unos pocos minutos y luego se retiraban para dejar sitio a los que aguardaban tanda. «Igual que si realmente fuéramos de la realeza», pensó Elena entusiasmada. Miró de soslayo para ver si Matt compartía su regocijo, pero él tenía la mirada fija a su izquierda.

Ella siguió su mirada. Y allí, medio oculta tras un grupo de jugadores de rugby, estaba la cabeza rojisa que había estado buscando. Inconfundible, incluso bajo aquella tenue luz. Un estremecimiento la recorrió, más de dolor que de otra cosa.

—¿Ahora qué? —preguntó Matt con expresión dura—. ¿Lo ato de pies y manos?

—No; voy a pedirle que baile conmigo, eso es todo. Aguardaré hasta que nosotros hayamos bailado primero, si quieres.

Él negó con la cabeza, y ella marchó en dirección a Stefan por entre la multitud.

Pieza a pieza, Elena fue registrando información sobre él mientras se aproximaba. Su americana negra tenía un corte sutilmente distinto del de las que llevaban los otros muchachos, más elegante, y llevaba un suéter de cachemir blanco debajo de ella. Se mantenía muy quieto, un poco apartado de los grupos que lo rodeaban. Y, aunque sólo podía verle de perfil, reparó en que no llevaba puestas las gafas de sol.

Se las quitaba para jugar al rugby, desde luego, pero ella nunca le había visto de cerca sin ellas. Aquello la hizo sentir mareada y emocionada, como si aquél fuera un baile de disfraces y hubiese llegado el momento de quitarse las máscaras. Se concentró en su hombro, en la línea de la mandíbula, y entonces él empezó a volverse hacia ella.

En ese instante, Elena se dio cuenta de que era hermosa. No era sólo el vestido o el modo en que llevaba peinados los cabellos. Era hermosa en sí misma: esbelta, imperial, un objeto hecho de seda y fuego interior. Vio que los labios de él se abrían ligeramente, de forma refleja, y entonces alzó la vista para mirarle a los ojos.

—Hola

¿Era ésa su propia voz, tan sosegada y segura de sí misma? Él tenía los ojos verdes. Verdes como hojas de roble en verano. 

 —¿Lo pasas bien? —preguntó ella 

«Lo hago ahora». Él no lo dijo, pero ella supo que era lo que pensaba; lo veía en el modo en que la miraba fijamente. Jamás había estado tan segura de su poder. Excepto que en realidad no tenía el aspecto de estarlo pasando bien; parecía acongojado, lleno de dolor, como si no pudiera soportar ni un minuto más aquello.

 La banda empezaba a tocar un baile lento. Él seguía contemplándola fijamente, empapándose de ella. Aquellos ojos cafe oscureciéndose, volviéndose negros de deseo... Tuvo la repentina sensación de que podría acercarla a él bruscamente y besarla con fuerza, sin decir ni una palabra en ningún momento.

 —¿Te gustaría bailar? —preguntó en voz baja.

 «Estoy jugando con fuego, con algo que no comprendo», pensó de repente. Y en ese momento se dio cuenta de que estaba asustada. Su corazón empezó a latirviolentamente. Era como si aquellos ojos cafes hablaran a alguna parte de ella que estaba enterrada muy por debajo de la superficie y aquella parte le gritara «peligro». Algún instinto más antiguo que la civilización le decía que corriera, que huyera.

𝔇𝔢𝔫𝔤𝔢𝔯ᴷᴬᵀᴱᴿᴵᴺᴱ ᴾᴵᴱᴿᶜᴱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora