Capitulo dieciocho

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Bonnie estaba en la pista de baile con los ojos cerrados, dejando que la música fluyera a través de ella. Cuando los abrió un instante, Meredith le hacía señas desde un lateral. Bonnie alzó la barbilla con rebeldía, pero puesto que las señas de Meredith se hacían más insistentes, alzó los ojos hacia Raymond y obedeció. Raymond la acompañó.

Matt y Ed estaban detrás de Meredith. Matt tenía el entrecejo fruncido. Ed aparecía incómodo.

—Elena acaba de irse —dijo Meredith.

—Es un país libre —repuso Bonnie.

—Se fue con Tyler Smallwood —indicó Meredith—. Matt, ¿estás seguro de no haber oído adonde iban?

Matt negó con la cabeza.

—Se merece lo que le suceda..., pero también es culpa mía —dijo con voz sombría—. Deberíamos ir tras ella.

—¿Abandonar el baile? —exclamó Bonnie, y miró a Meredith, que articuló las palabras «lo prometiste»—. No me lo puedo creer —masculló con ferocidad.

—No sé cómo la encontraremos —observó Meredith—, pero tenemos que intentarlo. —Luego añadió, con una voz extrañamente titubeante—. Bonnie, tú no tendrás una idea de dónde está, ¿verdad?

—¿Qué? No, claro que no. He estado bailando. ¿Habéis oído hablar de eso, verdad, lo que uno hace en un baile?

—Tú y Ray quedaos aquí —le dijo Matt a Ed—. Si regresa, decidle que hemos ido a buscarla.

—Y si vamos a hacerlo, será mejor salir ahora —terció Bonnie de mala gana. Dio media vuelta y chocó inmediatamente con una americana oscura.

—Vaya, perdona —dijo bruscamente, alzando los ojos y encontrándose con Stefan Salvatore.

El muchacho no dijo nada mientras ella, Meredith y Matt se dirigían hacia la puerta, dejando a unos Raymond y Ed de aspecto desdichado tras ellos.


Las estrellas se veían lejanas y brillantes como el hielo en el cielo sin nubes. Elena se sentía justo igual que ellas. Una parte de ella gritaba y reía con Dick, Vickie y Tyler por encima del rugido del viento, pero otra parte observaba desde lejos.

Tyler aparcó a mitad de camino de la cima de la colina que conducía a la iglesia en ruinas, dejando las luces encendidas cuando descendieron del coche. Aunque había varios coches detrás de ellos cuando abandonaron la escuela, parecían ser los únicos que habían conseguido recorrer todo el trayecto hasta el cementerio.

Tyler abrió el maletero y sacó un paquete de seis cervezas.

—Más para nosotros.

Ofreció una cerveza a Elena, que negó con la cabeza, intentando no hacer caso de la sensación de náusea que notaba en la boca del estómago. Sentía que era un error estar allí..., pero en modo alguno iba a reconocerlo ahora.

Ascendieron por la senda de losas, con las muchachas tambaleándose en sus zapatos de tacón alto y apoyándose en los muchachos. Cuando llegaron a lo alto, Elena lanzó una exclamación ahogada y Vickie profirió un gritito.

Algo enorme y rojo flotaba justo por encima del horizonte. Elena tardó un momento en comprender que en realidad era la luna. Era tan grande e irreal como una pieza de utilería en una película de ciencia ficción, y su masa hinchada brillaba pálidamente con una luz malsana.

—Como una enorme calabaza podrida —dijo Tyler, y le lanzó una piedra.

Elena se obligó a dedicarle una sonrisa radiante.

𝔇𝔢𝔫𝔤𝔢𝔯ᴷᴬᵀᴱᴿᴵᴺᴱ ᴾᴵᴱᴿᶜᴱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora