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Heather no gritó, pero estuvo a punto.
La pequeña criatura que yacía en la cama tenía unas grandes orejas, parecidas a las de un murciélago, y unos ojos verdes y saltones del tamaño de pelotas de tenis.
En aquel mismo instante, Heather tuvo la certeza de que aquella cosa era lo que le había estado vigilando por la mañana desde el seto del jardín. La criatura y ella se quedaron mirando uno al otro, y Heather oyó la voz de Dudley proveniente del recibidor.
—¿Me permiten sus abrigos, señor y señora Mason?
Aquel pequeño ser se levantó de la cama e hizo una reverencia tan profunda que tocó la alfombra con la punta de su larga y afilada nariz. Iba vestido con lo que parecía un almohadón viejo con agujeros para sacar los brazos y las piernas.
—Esto..., hola —saludó Heather, azorada.
—Heather Potter —dijo la criatura con una voz tan aguda que Heather estaba segura de que se había oído en el piso de abajo—, hace mucho tiempo que Dobby quería conocerle, señorita... Es un gran honor...
—Gracias —respondió Heather, que avanzando pegada a la pared alcanzó la silla del escritorio y se sentó. A su lado estaba Merlin, dormido en su gran jaula. Quiso preguntarle «¿Qué es usted?», pero pensó que sonaría demasiado grosero, así que dijo:— ¿Quién es usted?
—Dobby, señorita. Dobby a secas. Dobby, el elfo doméstico —contestó la criatura.
—¿De verdad? —dijo Heather—. Bueno, no quisiera ser descortés, pero no me conviene precisamente ahora recibir en mi dormitorio a un elfo doméstico.
De la sala de estar llegaban las risitas falsas de Petunia. El elfo bajó la cabeza.
—Estoy encantada de conocerlo —se apresuró a añadir Heather—. Pero, en fin, ¿ha venido por algún motivo en especial?
—Sí, señorita —contestó Dobby con franqueza—. Dobby ha venido a decirle, señorita..., no es fácil, señorita... Dobby se pregunta por dónde empezar...
—Siéntese —dijo Heather, señalando la cama.
Para consternación suya, el elfo rompió a llorar, y además, ruidosamente.
