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𝗟𝗮𝘀 𝘀𝗼𝘀𝗽𝗲𝗰𝗵𝗮𝘀 𝗱𝗲 𝗦𝗻𝗮𝗽𝗲

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En la torre de Gryffindor nadie pudo dormir aquella noche.

Sabían que el castillo estaba volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto en la sala común, esperando a saber si habían atrapado a Black o no. La profesora McGonagall volvió al amanecer para decir que se había vuelto a escapar.

Por cualquier sitio por el que pasaran al día siguiente encontraban medidas de seguridad más rigurosas.

El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras.

Sir Cadogan fue despedido. Lo devolvieron al solitario descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la señora gorda.

Había sido restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y accedió a regresar a su trabajo sólo si contaba con protección. Contrataron a un grupo de hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un grupo amenazador; hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus porras.

El trío de amigos, sin contar a Hermione pues aún no se hablaban ella y Ron, no pudierón dejar de notar que la estatua de la bruja tuerta del tercer piso seguía sin protección y despejada. Parecía que Fred y George estaban en lo cierto al pensar que ellos, y ahora Heather, Hermes, Ron y Hermione, eran los únicos que sabían que allí estaba la entrada de un pasadizo secreto.

—¿Creen que deberíamos decírselo a alguien? —preguntó Hermes a Ron y Heather.

—Sabemos que no entra por Honeydukes —dijo Ron—. Si hubieran forzado la entrada de la tienda, lo habríamos oído.

Heather se alegró de que Ron lo viera así. Si la bruja tuerta se tapara también con tablas, ella ya no podría volver a Hogsmeade.

Ron se convirtió de repente en una celebridad. Por primera vez, la gente le prestaba más atención a él que a Heather, y era evidente que a Ron le complacía. Aunque seguía asustado por lo de aquella noche, le encantaba contarle a todo el mundo los pormenores de lo ocurrido.

—Estaba dormido y oí rasgar las cortinas, pero creí que ocurría en un sueño. Entonces sentí una corriente... Me desperté y vi que una de las cortinas de mi cama estaba caída... Me di la vuelta y lo vi ante mí, como un esqueleto, con toneladas de pelo muy sucio... empuñando un cuchillo largo y tremendo, debía de medir treinta centímetros, me miraba, lo miré, entonces grité y salió huyendo.

𝖧𝖾𝖺𝗍𝗁𝖾𝗋 𝖩𝗈𝗌𝖾𝗉𝗁𝗂𝗇𝖾 𝖯𝗈𝗍𝗍𝖾𝗋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora