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𝗟𝗮 𝗻𝘂𝗲𝘃𝗮 𝗰𝗮𝗻𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗱𝗲𝗹
𝗦𝗼𝗺𝗯𝗿𝗲𝗿𝗼 𝗦𝗲𝗹𝗲𝗰𝗰𝗶𝗼𝗻𝗮𝗱𝗼𝗿

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Heather no quería que los demás supieran que Luna y ella tenían la misma alucinación, si eso es lo que era, de modo que no volvió a mencionar los caballos; simplemente se sentó en el carruaje y cerró la portezuela tras ella. Con todo, no pudo evitar mirar las siluetas de los animales que se movían detrás de la ventanilla.

—¿Han visto a Grubbly-Plank? —preguntó Ginny—. ¿Qué hace aquí? No se habrá marchado Hagrid, ¿verdad?

—A mí no me importaría —dijo Luna—. No es muy buen profesor.

—¡Claro que lo es! —saltaron Heather, Hermes, Ron y Ginny, enojados.

Heather lanzó una mirada fulminante a Hermione, que carraspeó y dijo:

—Sí, sí... Es muy bueno.

—Un buen profesor no sólo se define por lo bueno que es dando clases —intervino Hermes—, sino también por el esfuerzo que hacen al querer que sus clases sean llevaderas y no monótonas; asi los alumnos puedan aprender a su ritmo. Snape, por ejemplo, sería un buen profesor de no ser porque es una mierda para dar clases y como persona.

Hermes miró a Heather, que soltó una risadota y le mostró su pulgar con aprobación.

—Pues a los de Ravenclaw nos da mucha risa —comentó Luna sin inmutarse.

—Se ve que tienen un sentido del humor muy raro —le espetó Ron mientras las ruedas del carruaje empezaban a moverse.

A Luna no pareció afectarle la tosquedad de Ron; más bien al contrario: se quedó mirándolo un buen rato como si fuera un programa de televisión poco interesante.

Los coches, traqueteando y balanceándose, avanzaban en caravana por el camino.

Cuando pasaron entre los dos altos pilares de piedra, adornados con sendos cerdos alados en la parte de arriba, que había a ambos lados de la verja de los jardines del colegio, Heather se inclinó hacia delante para ver si había luz en la cabaña de Hagrid, pero los jardines estaban completamente a oscuras.

Los carruajes se detuvieron con un tintineo cerca de los escalones de piedra que conducían a las puertas de roble, y Heather fue la primera en apearse. Se dio la vuelta una vez más para comprobar si había alguna ventana iluminada cerca del bosque, pero no distinguió señales de vida en la cabaña de Hagrid.

Luego volvió a mirar de mala gana, porque todavía albergaba esperanzas de que hubieran desaparecido, a aquellas esqueléticas criaturas que conducían los carruajes, y vio que se habían quedado quietas y silenciosas en la fría noche, y que sus blancos e inexpresivos ojos relucían.

𝖧𝖾𝖺𝗍𝗁𝖾𝗋 𝖩𝗈𝗌𝖾𝗉𝗁𝗂𝗇𝖾 𝖯𝗈𝗍𝗍𝖾𝗋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora