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𝗘𝗹 𝗵𝗲𝗿𝗲𝗱𝗲𝗿𝗼 𝗱𝗲 𝗦𝗹𝘆𝘁𝗵𝗲𝗿𝗶𝗻.

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Se hallaba en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia.

Con el corazón latiéndole muy rápido, Heather escuchó aquel silencio de ultratumba. ¿Estaría el basilisco acechando en algún rincón oscuro, detrás de una columna? ¿Dónde estaría Ginny? 

Guardo su varita, no quería que la desarmaran al tomarla por sorpresa, y avanzó por entre las columnas decoradas con serpientes.

Sus pasos resonaban en los muros sombríos. Iba con los ojos entornados, dispuesta a cerrarlos completamente al menor indicio de movimiento. Le parecía que las serpientes de piedra la vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos. Más de una vez, el corazón le dio un vuelco al creer que alguna se movía.

Al llegar al último par de columnas, vio una estatua, tan alta como la misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo.

Heather tuvo que echar atrás la cabeza para poder ver el rostro gigantesco que la coronaba: era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo. Y entre los pies, boca abajo, vio una pequeña figura con túnica negra y el cabello de un rojo encendido.

—¡Ginny! —susurró Heather, corriendo hacia ella e hincándose de rodillas—.¡Ginny! ¡No estés muerta! ¡Por favor, no estés muerta! —Tomo a Ginny por los hombros y le dio la vuelta. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces tenía que estar...—. Ginny, por favor, despierta —susurró Heather, agitándola. La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro.

—No despertará —dijo una voz suave.

Heather se enderezó de un salto a la vez sacando una varita, no la reconoció como la suya, pero si como la de Lockhart.

Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándole, tenia una varita en mano. Tenía los contornos borrosos, como si lo estuviera mirando a través de un cristal empañado. Pero no había dudas sobre quién era. 

—Ryddle.

Ryddle asintió con la cabeza, sin apartar los ojos del rostro de Heather.

—Habla ahora, ¿qué quieres decir? —ordenó Heather, señalando con la cabeza al cuerpo inerte de la menor de los Weasley, pero sin bajar la varita.

𝖧𝖾𝖺𝗍𝗁𝖾𝗋 𝖩𝗈𝗌𝖾𝗉𝗁𝗂𝗇𝖾 𝖯𝗈𝗍𝗍𝖾𝗋Donde viven las historias. Descúbrelo ahora