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—Me ha enviado esto —dijo Hermione, tendiéndole a Heather la carta.
Heather la tomó.
—¿Cómo sabían que estábamos aquí? —preguntó Ron, receloso, sentado en su cama.
—Vi a Heather subir para acá —dijo Hermes entrando con una mochila tipo maletin en mano—. Donde está Heather está Ron y donde está Ron esta Heather.
—Pasen, tomen asiento —indicó Heather.
Hermione y Hermes tomaron asiento en la cama de Neville y Ron en la suya, mientras tanto Heather aún seguía de pie, en medio de ambas camas.
Hermes abrió la mochila y empezó a sacar varias cosas; una botella de alcohol, algodón dentro de un frasco y unas cuantas tiritas de color azul, rosa y morado.
Hermes le tomó la mano libre a Heather mientras ella examinaba la carta.
El pergamino estaba húmedo; las gruesas lágrimas habían emborronado tanto la tinta que la lectura se hacía difícil en muchos lugares.
Querida Hermione:
Hemos perdido. Me permitirán traerlo a Hogwarts, pero van a fijar la fecha del sacrificio.
A Buckbeak le ha gustado Londres. Nunca olvidaré toda la ayuda que me has proporcionado.
Hagrid.
—Maldición... —inquirió Heather y no fue por el alcohol que Hermes huntaba con ayuda de una bolita de algodón—. No pueden hacerlo. Buckbeak no es peligroso. Los del Ministerio son unos imbéciles.
—¡Hey!
—Menos tu papá, obviamente, Ron.
—El padre de Malfoy consiguió atemorizar a la Comisión para que tomaran esta determinación —dijo Hermione secándose los ojos—. Ya saben cómo es. Son unos viejos imbéciles y los asustó. Pero podremos recurrir. Siempre se puede. Aunque no veo ninguna esperanza... Nada cambiará.
—Ya veremos que hacer. Pero no dejaremos que sacrifiquen a Buckbeak, haremos un cambio.
—Sí, algo cambiará —dijo Ron, decidido—. En esta ocasión no tendrás que hacer tú sola todo el trabajo. Yo te ayudaré.
