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A Heather se le quedó la mente en blanco a causa de la impresión, pero sintió una opresión alrededor de su muñeca.
Los cinco se habían quedado paralizados bajo las capas.
Los últimos rayos del sol arrojaron una luz sanguinolenta sobre los terrenos, en los que las sombras se dibujaban muy alargadas.
Detrás de ellos oyeron un aullido salvaje.
—¡Hagrid! —susurró Heather. Sin pensar en lo que hacia, fue a darse la vuelta, pero Ron y Charlus la tomaron por los brazos.
—No podemos —dijo Ron, blanco como una pared—. Se verá en un problema más serio si se descubre que lo hemos ido a visitar...
—¿Cómo crees que explicaremos ésto? —cuestionó Charlus atravez de su capa.
Hermione respiraba floja e irregularmente.
—¿Cómo... han podido...? —preguntó jadeando, como si se ahogase—. ¿Cómo han podido?
—Detesto a los del Ministerio —soltó Hermes.
—Vamos —dijo Ron, tiritando.
Reemprendieron el camino hacia el castillo, andando muy despacio para no descubrirse. La luz se apagaba.
Cuando llegaron a campo abierto, la oscuridad se cernía sobre ellos como un embrujo.
—Scabbers, estate quieta —susurró Ron, llevándose la mano al pecho. La rata se retorcía como loca. Ron se detuvo, obligando a Scabbers a que se metiera del todo en el bolsillo—. ¿Qué te ocurre, tonta? Quédate quieta... ¡AY! ¡Me ha mordido!
—¡Ron, cállate! —susurró Hermione—. Fudge se presentará aquí dentro de un minuto...
—No hay manera.
—Ronald, calla a tu rata —demandó Charlus.
—No le hables así, idiota.
Scabbers estaba aterrorizada. Se retorcía con todas sus fuerzas, intentando soltarse de Ron.
—¿Qué le ocurre?
Pero Heather acababa de ver a Crookshanks acercándose a ellos sigilosamente, arrastrándose y con los grandes ojos amarillos destellando pavorosamente en la oscuridad.
Heather no sabía si el gato los veía o se orientaba por los chillidos de Scabbers.
—Mione —llamó Hermes—. Se está acercando Crookshanks.
