「III」Capítulo 8

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ARMIN

A mí me tocaba limpiar debajo de las estanterías los dos días a la semana que iba a trabajar. Era un trabajo simple, pero incómodo, pues en algunos casos tenía casi que acostarme para recoger el caldo de alguna verdura que había manchado las losas. El abuelo estaba en la caja, con una expresión seria y apagada. Bajé la mirada. Mi compañero de trabajo hacía todas las labores más complejas, como hacer las entregas, descargar las cajas del camión repartidor, acomodar los especímenes de acuerdo con los distintos grados de madurez, tamaño y color.

- ¡Muy bien, y ustedes ya están listas, preciosas! -Marcel se alejó de la enorme bandeja de peras, divididas en hileras según su tonalidad- Son las más bellas de esta tienda.

- Ah, ¿e-estás coqueteando con las peras? -me incorporé quitándome el delantal.

- ¿Qué te puedo decir? ¡Esos colores me atrapan! Las peras siempre me roban el corazón -extendió su sonrisa, puliendo con su pañuelo la que estaba más cerca.

Sacudí mi cabeza reflejándosela, y salí para cubrir los grandes ventanales con los toldos rojos con franjas verdes. Una chica de cabello rosa con grandes anteojos se paseaba de un lado para el otro, mirando hacia adentro furtivamente. Cuando le pregunté si necesitaba algo, se ruborizó y me dijo que solo esperaba a alguien. Alcé las cejas y entré. El abuelo le estaba entregando al muchacho castaño rojizo un sobre con el sueldo de la quincena. Siempre se lo daba los jueves, para que el día siguiente tuviera su dinero para lo que lo necesitara.

- ¡Oh, oh! ¡Espera, Galliard! -el anciano volvió a abrir la caja registradora y sacó unos cuantos billetes- Ten, esto también es para ti.

- ¡¿De verdad?! -sus ojos avellana se iluminaron- ¡¡Muchas gracias, señor Arlert!! ¡¿Pero por qué?!

- Bueno, por trabajar duro, supongo... -se colocó el sombrero de palma, alzando levemente sus comisuras- Es solo un pequeño bono para el verano.

- ¡Es muy generoso, señor Arlert! ¡Gracias, de verdad! -se lanzó a abrazarlo.

- Eh, sí, sí... Con gusto Galliard. Bueno, ya, mira -señaló al ventanal- Ahí te espera tu pera.

El chico se echó a reír, guardando el dinero en el bolsillo de su peto. Se quitó los tirantes para "verse más presentable", me revolvió todo el cabello a modo de despedida y corrió con su cita. El abuelo y yo nos quedamos un rato de pie junto a la ventana. La chica se alarmó un poco cuando Marcel le pidió que se sentara en el portabultos de su bicicleta, y aún más cuando notó que la estábamos observando. El permanente empleado del mes sacudió su brazo y arrancó su pedaleo, tan descuidadamente que casi los atropelló un auto cuando cruzó la calle.

Terminamos de guardar y cerrar todo, y al dar las cinco de la tarde ya estábamos en la camioneta. El cielo se teñía en amarillo y naranja. Terminé de cargar algunas cajas de verduras para nuestro propio consumo, y me trepé a aquel viejo y alto vehículo. El silencio hubiera sido incómodo, si no fuera por las melodías de los Beach Boys que últimamente estaba poniendo. La caja llena de casetes se guardaba debajo de mi asiento, y yo no entendía cómo las cintas no se habían dañado en todos esos años. Las luces del vehículo de en frente se prendieron en rojo.

- Ay, cielos... ¿Hasta aquí llega esta presa?

Sacó la cabeza por la ventana, y resopló al ver una hilera infinita sobre la carretera principal, esa que conectaba el centro del distrito Shiganshina con la zona suburbana que habitábamos. Luego de años de tener el plan en la alcaldía, finalmente se decidieron a construir la rotonda tras de uno de los puentes que cruzaban sobre el sinuoso río que dividía la ciudad en dos. Pero ahora los conductores tenían que buscar rutas alternativas o esperar pacientemente los pasos regulados, por lo que el tránsito sería un dolor de cabeza para el anciano durante toda la construcción.

Menta. Una historia de Armin y Annie [Trilogía completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora