「II」Capítulo 19

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ANNIE

¡Acepta tus malditos problemas de una puta vez y haz algo al respecto! Cumpliré diecisiete en una semana... Solo tienes un año para demostrar que te importo, ¿me escuchaste?

Era curioso el estar allí en la farmacia, esperando al lado suyo a que le trajeran las pastillas de la bodega, o qué sé yo dónde guardaban esos medicamentos. ¿No eran tan comunes como para no estar tras el mostrador? ¿En las hileras gigantescas repletas de cajas blancas y frascos de colores? Mi padre adoptivo tenía la mirada perdida en su teléfono de modelo viejo, probablemente hablando con alguno de sus conocidos del antiguo trabajo. Sus arrugas prematuras se remarcaban por un ceño fruncido, y golpeaba el borde del dispositivo sin parar. A Will no le gustaba esperar.

Solté un nuevo suspiro, y me fui a sentar en una de las sillas junto a la báscula. "La última vez que me pesé en una de estas fue como a los diez años". Si no fuera por las mediciones en la escuela, no hubiera podido decirle a Armin que yo pesaba menos de cincuenta kilos. Él se escandalizó un poco, pero luego bromeó con que él tampoco tenía mucha autoridad para decirme nada. Él... siempre decía cosas como esas. Que parecía un niño de doce, o que no tenía fuerza ni para cruzar un pasamanos entero. Yo no era estúpida, y sabía a la perfección el origen de sus complejos. Pero no decía nada, pues no sabía cómo reaccionar ante ello, y además mi novio cambiaba el tema muy rápido.

Encendí la pantalla de mi teléfono, y noté su mensaje: "Descuida, no te perdiste de mucho. ¡Mira! jaja" acompañado de una foto del almuerzo que había preparado ese domingo. Efectivamente, las lentejas no me gustaban mucho, pero me daba igual; todo lo que Armin y su abuelo preparaban sabía delicioso. Tomé una foto de las tenis lejanas de mi padre y se la envié, explicándole lo mucho que estaban tardando los de la farmacia en darle una de sus medicaciones. Solté otro suspiro. "Quiero estar con él".

- Lamento mucho la demora, señor. El asistente confundió las etiquetas de las cajas -sonrió una mujer mayor mientras posaba un frasco amarillo repleto en pastillas bicolores.

- Pues deberían conseguirse otro asistente -murmuró Will, entregando el pequeño formulario que le habían dado previamente.

- Sí, es probable -soltó una risa por compromiso mientras se acomodaba sus anteojos.

La farmacéutica le dio instrucciones finales sobre los cinco frascos que tenía sobre el mostrador. "Eso va a salir caro" pensé, mirando hacia el cristal. Yo había visitado unos tres centros comerciales en mi vida, pero casi siempre me dirigía al que estaba más cerca de la escuela y del distrito municipal. Era un punto común entre los hogares de todos mis compañeros, y era el más grande de todos, con muchas más amenidades que yo nunca había visitado, como una arcade, una sala de bolos, un gimnasio y un cine de esos con pantalla en el techo y sillas que se movían. Allí iba continuamente con Hitch, y ahora con Pieck. Allí fue mi primera cita con Armin.

Pero no estábamos en ese gran edificio de bóveda de cristal ese domingo, sino que había acompañado a Will al centro comercial más cercano a nuestro apartamento. Era mucho más pequeño, estrujado, con el techo bajo. Muchas tiendas habían quebrado por falta de clientes con el suficiente dinero para comprar sus productos, y sus cortinas metálicas oscurecían aún más los pasillos. Pero no estaba abandonado, para nada. Toneladas de gente se paseaban al otro lado del cristal de la farmacia, dirigiéndose a comprar en las tiendas de segunda mano, la plaza de comidas o el cine con butacas bastante desvencijadas. Al fin y al cabo, tanto los pobres como los ricos usaban el domingo como día familiar.

- Annie, ya.

Guardé mi teléfono en la bolsa de mi sudadera, y esperé en el aglomerado pasillo a que Will terminara de acomodar los frascos dentro de su cangurera.

Menta. Una historia de Armin y Annie [Trilogía completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora