「II」Capítulo 11

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ANNIE

Ese peso que sentía no solo era sobre mi hombro. Lo sentía en el pecho, en el estómago, en el alma. Hacía mucho tiempo que no me colocaba esa correa negra sobre la clavícula, y en esta ocasión casi me puse a llorar en cuanto tuve que salir de la puerta de mi habitación con aquel estuche negro. Me dolía la piel de la zona, aplanándose contra el bulto que se formaba a causa del hueso; antes no me sucedía, ¿era solo que ya no lo soportaba o que había bajado algo de peso?

Lo odiaba. Odiaba tener que cruzar la plazoleta con el instrumento al hombro. Detestaba ver que las personas se alejaban para darme el espacio de pasar, como mostrando respeto a esa maldita guitarra o una mierda así. Respeto por algo que no solo era que no me apasionaba. No me gustaba del todo. Lo... odiaba. Cuando el día anterior, ese lunes de mierda me enteré por boca de Marlo que iba a haber un concurso de sencillos originales en el Club Nightking's y todos se mostraron emocionados por presentar el talento de Lost Soul, yo solo sentí náuseas. Las mismas náuseas que me impidieron probar bocado en cuanto llegué a aquel apartamento oscuro, a las ocho de la noche. Las mismas náuseas que surgieron en cuanto mi novio de mirada sombría me explicó que a partir de ahora tendríamos que reunirnos dos días a la semana en alguna otra parte pues su abuelo no quería que estuviéramos solos en su casa. Las mismas náuseas que tenía en ese preciso momento, en el descanso de las escaleras del viejo edificio sur.

Armin estaba muy triste, se veía fatal. Conociéndolo como yo lo hacía, lloró internamente en el momento que me dijo aquellas palabras. Si no me hubiera sentido tan de la mierda por todo lo que había pasado con Will, probablemente habría bromeado con ello. Le habría dicho algo como "¿así que tu abuelo tiene miedo de que tengamos sexo en tu casa?". Habría disfrutado de ver el rubor tiñendo hasta los contornos de su rostro, sus cejas frunciéndose, sus párpados abriéndose y sus pupilas contrayéndose por causa de la vergüenza. Pero no fue así. La noticia me cayó como una piedra sobre el estómago y tuve que esforzarme mucho en no devolver el poco desayuno que había encontrado en la nevera.

Quedamos en que lo visitaría los martes y los viernes, pasaría mis tareas del hogar a las tardes de los lunes y jueves para poder dejar el domingo libre, y visitarlo con su abuelo allí presente. No estaba enojada con él, obviamente; quiero decir, el señor Arlert era tan amable y cariñoso conmigo a pesar de que yo me comportaba como una sanguijuela, prendida de la madera de esa casa amarilla y extrayendo todo el calor y seguridad que pudiera. Simplemente había notado lo evidente: su nieto era un muchacho en pleno desarrollo, y era bastante obvio lo que quizás haríamos en un futuro si se nos dejaba tanto tiempo solos. Pero a pesar de que no tenía el derecho de enojarme, sí me sentía muy sola.

Armin odiaba la idea de que al tener que hacer la colada, la limpieza y las compras los lunes y jueves, eso implicaba pasar más tiempo conviviendo con Will, aunque él estuviera dormido. "Me odio por habérselo contado... Ahora no va a hacer más que preocuparse por mí. ¿Por qué no fui con la doctora Fritz en vez de con mi novio. Ah... cierto. Porque de ser así ella obviamente habría llamado a los servicios sociales, y yo terminaría en quién sabe cuál casa de acogida por ese último año, perdería mi beca y tendría que quizás despedirme de Armin para siempre. Cambio mi pregunta: ¿por qué no pude mantener la boca cerrada y guardármelo todo como siempre había hecho? No es sano, pero habría sido lo mejor para todos".

- Pero obviamente van a tener un piano, Marlo -Pieck estaba apoyada sobre la superficie de su pupitre, rogándole algo en cuanto abrí la puerta azul del salón de prácticas.

- Lo sé, Pieck, pero no sé si el piano clásico combinaría con nuestro estilo... -se rascó un poco la cabeza- No lo sé, solo prefiero que no nos salgamos de nuestra zona de confort.

Menta. Una historia de Armin y Annie [Trilogía completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora