「III」Capítulo 17

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ANNIE

Percibí una sacudida leve en mi hombro. Al abrir los párpados, el techo de madera inclinado hacia la derecha se escondía entre la oscuridad. ¿Aún era de noche? O más bien, ¿en serio ya era tan tarde que hasta el sol había desaparecido? No había logrado soñar nada. Únicamente pena, soledad y frío, a pesar de continuar en verano. El estar despierta me avivó las llamas de la culpa y el odio, pero simplemente tragué mi nudo. Sobre mi cabeza, Armin se había sentado, y se frotaba uno de sus párpados adormilados. El brazo de Gabi aún se aferraba a mis costillas. Me dio algo de pereza y lástima tener que despertarla.

Su abuelo repasaba la estancia. Ojos cansados y enrojecidos, junto con las bolsas arrugadas bajo ellos, se sorprendían del patio de juegos que habíamos construido para la niña. Con mi cuerpo deshecho por ningún motivo real, me senté sobre la alfombra, al lado del rubio. Los dos mirábamos al anciano fijamente. El señor Arlert expiró un suspiro entrecortado, sentándose sobre un viejo baúl. Entrelazó los dedos cuarteados, dirigiendo su expresión triste y enfadada al mismo tiempo hacia el piso.

Mi padre adoptivo consiguió convencerlo. Involucrar a Little Eyes en el caso podría traernos pésimas consecuencias a todos. Con impotencia, reveló que ni siquiera podríamos ir a preguntar de forma casual "¡Hey, amigo! ¿Te acuerdas de uno de tus putos vendedores? ¿Jean, el que a pesar de que tiene un rostro atractivo, su mente podrida le deforma las facciones? ¿De casualidad no sabes en dónde está viviendo? Es que vieras que desde unos meses para acá andamos con ganas de matarlo..." En el momento que fuera arrestado, y probablemente las personas con quienes se estuviera quedando, la pequeña red se afectaría, y algo tan simple como eso... No terminaría bien si ellos sabían de mis sospechas de su relación.

Básicamente, nos levantaba por dos motivos. Primero, pues la madre y el padrastro de Gabi ya estaban en su apartamento, y era hora de que la niña fuera a dormir en algo más cómodo que un piso polvoriento. Segundo, Will, él, Armin y yo saldríamos de inmediato a poner la denuncia en la comisaría del distrito Shiganshina, no la más cercana a mi barrio. Era casi la media noche, así que deberíamos apurarnos si no queríamos salir de dar los testimonios al amanecer.

Yo no tenía ni fuerzas para verlo fijamente. Todo era mi culpa. "Si tan solo lo hubiera seguido ese día cuando fue a comprar la droga solo... Pude con él una vez, podré con él cuando sea. O si tan solo hubiera ignorado a Christa y a Ymir en el festival de música, y hubiera interrogado a ese imbécil que no conozco. Si tan solo supiera su nombre... Si tan solo hubiera hecho lo que sea. Si tan solo hubiera cumplido mi promesa por una puta vez en toda nuestra relación como novios. Lo hubiera soportado todo. Que Armin se enojara, que Armin me reclamara, que Armin se asustara..."

"Bueno, no... Eso último no". La piel de mi mano hormigueaba, de solo acordarme cómo lo había tomado por la cara. Cómo hacía solo unas horas, le grité en frente de su abuelo y de Will. Cómo él me cubrió con su indignación, extrañeza e incredulidad ante la injusticia. Yo mantenía mi postura: fue el peor momento para que saltara como un gato contra aquel que me crio desde los ocho. Pero aun así... dolía. Todo me dolía. Todo me dolía tanto que ya no sabía a qué parte debía prestarle atención.

Pero antes de ponerse en pie, y que lo acompañáramos hacia abajo, reveló un último veredicto. La libertad de movilidad de Armin ya no se restringiría solo a movilizarse siempre en automóvil. Ya no podría salir nunca más de su casa, si su abuelo o algún adulto de confianza no estaba con él. Ni siquiera venir a la mía. Armin quedaría encerrado en su cálida y amarilla vivienda, de forma indefinida. Hasta que la policía capturara a Jean. ¡Hasta que la puta policía hiciera su maldito trabajo!

Y no solo él. Yo tampoco. Sobre todo, yo tampoco. Jean quería cortarme la garganta, era algo necesario. También me encerrarían en ese apartamento diminuto, con la señora Williams alertada de vigilar el doble la entrada del edificio. Pero ese era el asunto, mi hogar estaba con Armin. Mi hogar estaba en donde él estuviera. La mirada desconcertada del rubio, y la contracción en todos mis músculos faciales por estar al borde de las lágrimas, provocaron que el señor Arlert se explicara mejor.

Menta. Una historia de Armin y Annie [Trilogía completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora