Capítulo 9: Escapémonos un ratito

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Estaba viendo Netflix a media mañana. Ya había salido de vacaciones, así que me di permiso para quedarme en pijama todo el día y flojear. O eso es lo que pensaba.

Mi teléfono vibró en el velador y apenas leí el nombre de quién llamaba mis manos se pusieron torpes y no logré agarrarlo.

- Puta la wea – dije bajito cuando se me cayó debajo de la cama y me tiré de guata para alcanzarlo – no cortes, no cortes.

Estiré lo más que pude mi brazo hasta que mis dedos lo rozaron y lo tuve en mi poder otra vez. Me apuré en contestar, todavía en el piso.

- Hola rucio – disimulé que estaba en una posición incómoda - ¿cómo estás? ¿cómo sigue tu recuperación?

- Hola Emi – sentí cosquillitas en la guata cuando lo escuché pronunciar mi nombre – bien, está mejorando, ya falta menos para que pueda volver a jugar. ¿Y tú cómo estai?

- Bien, todo piola – me pasé una mano por el pelo para peinarme un poco.

- Qué bueno – respondió – oye, ¿te acordai que nos íbamos a juntar uno de estos días?

- Sí, pero igual no te preocupes si no puedes, yo entiendo que estés con reposo, o con los ejercicios para recuperarte, esa onda – hablé con sinceridad. Por mucho que me quisiera juntar con el rucio me importaba más que se mejorara.

- Gracias – hizo una pausa y pude imaginármelo sonriendo ante mi comentario – pero te tengo una buena noticia, me voy a escapar un ratito de la kine para que salgamos.

- ¿Estás seguro de que eso se puede? – contuve mi emoción.

- No – contestó divertido – pero aprendí de cierta personita.

Me reí bajito. Él continuó:

- Todavía te debo una invitación a comer, ¿te acuerdas? Aunque en realidad son dos.

- ¿Dos? – pregunté extrañada.

- Sipo, una por esa noche en el Monticello y una por el pan con mortadela cuando fuimos al Jumbo. ¿Te tinca hoy?

- Ya po – accedí, para qué estamos con cosas, yo no me iba a hacer de rogar - ¿dónde es?

- Te mando la ubicación – hizo una pausa y soltó una risa corta – escapémonos un ratito.

...

El restaurant donde me estaba esperando el rucio quedaba a la chucha. Tuve que hacer dos combinaciones en el metro, después tomar una micro y caminar como 6 cuadras. Pero llegué.

- Hola – se acercó a mí con una sonrisa, me había estado esperando en la puerta.

- Buena, rucio – lo saludé de beso y miré su pierna lesionada - ¿en serio ya estás mejor?

- Sí, va bien – la movió un poco y luego bromeó – estai más preocupada que el cuerpo técnico parece.

- Obvio po – me defendí, también en tono de broma – agradece que no me tiré encima del profe Lasarte por dejarte jugar así. Que no lo agarré a chuchás.

- Contigo pa qué quiero guardaespaldas – se rio y yo hice una pose de superhéroe - ¿entremos?

Puso su mano en mi cintura, casi sin tocarme, para hacerme pasar primero. El Francisco era un caballero.

Menos mal que iba detrás de mí y no podía darse cuenta de que estaba fascinada con el lugar: era todo súper fino, en tonos oscuros y con luces brillantes. Como eran los primeros días de diciembre estaba todo ambientado con temática navideña, unos grandes cascanueces adornaban la entrada de los distintos salones, yo no sabía a cuál ir así que me giré para mirarlo.

- El privado, arriba – respondió como si me hubiera leído la mente.

Dejé que ahora él fuera adelante para seguirlo.

- ¿Te gusta? – se dio vuelta mientras subíamos la escalera.

Su pregunta me tomó por sorpresa, yo estaba tan distraída recorriendo los tallados del pasamanos de madera que me descolocó y por poco me tropiezo. Sierralta reaccionó rápido y me agarró del brazo.

Asentí para responder a su pregunta, y de paso hacerle saber que estaba bien. Su mano bajó por mi brazo recorriéndolo con suavidad hasta llegar a entrelazarse con mis dedos. Me sujetó firme y continuamos subiendo.

Un garzón abrió las puertas de vidrio de par en par cuando nos vio llegar. Dentro había una mesa enorme, como para 8 o 10 personas, todo muy adornado con grandes manteles, servilletas de género y muchos, pero muchos platos y cubiertos. Frente a nosotros habían enormes ventanales cubiertos con cortinajes muy elegantes, y al otro lado había una terraza con vista al club de golf.

La impresión fue tal que no me di cuenta de que me había quedado quieta y Francisco me estaba esperando todavía de la mano.

- ¿Señorita? – el mozo de aclaró la garganta para sacarme de mis pensamientos.

- Gracias – me apresuré en decir y entré después del rucio.

Tomé asiento frente al Francisco pero dada la envergadura de la mesa quedamos súper lejos.

- ¿Te paso un megáfono o algo? – hice burla de la situación.

- Solo tú podrías salir con algo así – se rio.

Sentí cierto alivio cuando vino el garzón a pedir nuestra orden y Sierralta pidió por los dos. Entonces retiró la mayoría de los cubiertos porque no los íbamos a usar, la cosa se había simplificado un poco para mí.

En el centro habían puesto lo típico: pancito pituco, algunas salsas extrañas pero que estaban bien buenas, y habían unas bolitas amarillas, como esferitas perfectas, que tenían puntitos de distintos colores. Tomé una con mis dedos y me la comí de un bocado como si fueran trufas, se sentían un poco densas en el paladar pero estaban súper ricas, era como una pastita cremosa con toques salados, a veces picante. Me las terminé comiendo todas y llamé al mozo para que nos trajera más:

- Disculpe – le sonreí - ¿me podría traer más de estas bolitas, por favor?

Me llevé la última a la boca y él me miró extrañado.

- ¿Más mantequilla, señorita? – preguntó intentando ocultar su confusión.

- ¿Mantequilla? – le devolví la pregunta antes de entrar en pánico, todavía con la boca llena.

Entonces miré al Francisco, que se estaba cagando de la risa.

Trágame Tierra.

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Tan fina que nos salió la Emi jajaja

¿Tienen alguna anécdota en un lugar cuico?

Suéltate (Francisco Sierralta y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora