Epílogo

148 14 47
                                    

Me separé de su pecho con brusquedad.

- Dímelo de nuevo - le exigí.

- Volví por ti - sonrió satisfecho y me acercó un poco más, puso mis manos sobre su pecho para que pudiera sentirlo - Emi, estoy acá, te vine a buscar.

Lo dijo despacio, él ya tenía una idea del caos que debía haber en mi cabeza a estas alturas, necesitaba procesar todo de a poco.

En medio de mi aturdimiento le dije a los gringos que era momento de cenar porque mañana nos íbamos a levantar temprano, se fueron a sus carpas a comer dándonos un poco de privacidad. Yo caminaba de un lado al otro sin poder controlarme.

- Es que yo... Es que tú... Es que... - mi mente iba a mil por hora y las palabras me salían atropelladas, me obligué a decir aunque fuera una frase coherente - ¿por qué?

- Porque soy un imbécil - respondió como si eso le causara gracia.

- No, si de eso ya me di cuenta hace rato - continué - ¿Pero qué estai haciendo acá? Tú deberías...

- No, yo debería estar aquí contigo - me interrumpió y apoyó su mano en mi mejilla para calmarme - Emi, perdón, perdón por todo.

- ¡Es que no podi! - intenté apartarme para no mirarlo a la cara, no quería que me viera llorar - tú te casaste con la Paula, yo fui a tu matrimonio, no me puedes decir que eso no pasó.

- Lo sé, eres la única persona capaz de ir a un matrimonio vestida de blanco sin ser la novia - dijo en tono de broma.

¿Acaso esto le parecía chistoso? No entendía nada.

- Emi, las cosas no funcionaron entre nosotros - continuó poniéndose serio - los dos nos dimos cuenta de que casarnos fue un error, yo lo supe en cuanto te vi aparecer en la iglesia, solo tú serías capaz de hacer esas locuras, y me dije a mí mismo que era contigo con quién me gustaría compartir mi vida. La Paula se demoró un poco más, no lo asumió del todo hasta que leímos juntos el libro de buenos deseos y encontramos tu dedicatoria, hasta ella se sorprendió de lo audaz que fuiste por haber venido a nuestro matrimonio y atreverte a dejar la escoba escribiendo dos líneas. Me miró con ojos llorosos y entendió que la quiero muchísimo, pero que a ti nunca te voy a poder olvidar.

Me quedé muda al tomarle el peso que habían tenido mis palabras... destruí un matrimonio. Es verdad, yo quería estar con el Francisco, pero no había medido las consecuencias de lo que eso significaba.

- Conozco las promesas que hice, sé que le prometí a los 15 años que jugaría en la Premier League y viviríamos en Londres... y lo cumplí. Ya está todo arreglado para que ella pueda seguir viviendo en Inglaterra para cumplir su sueño, no le debo nada, ahora es mi turno de cumplir el mío.

- Rucio... - hablé con la voz rota, en este punto ya no tenía sentido aguantarse las lágrimas - lo que te dije era mentira, esa noche en tu casa, sabes que era mentira, yo te amo Francisco.

No fue necesario decir nada más, Sierralta me abrazó como nunca lo había hecho en la vida y yo no me resistí. Sentí su corazón literalmente pegado al mío, los dos latiendo con intensidad, chocando contra el otro. Pero por primera vez no nos hicimos daño.

- Yo también te amo, Emilia - susurró mientras me hacía cariño en el pelo.

- Y pensar que tuve que soltarme a varios metros de altura para que te dieras cuenta - me reí bajito.

- Pero te atrapé - atrapó mi nariz entre sus dedos - y pensar que tuve que discutir con mi polola en el Monticello para conocerte.

- Sí, pero eso estuvo bien - le di un beso en la comisura de los labios - porque después te conquisté yo.

Suéltate (Francisco Sierralta y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora