Capítulo 12: Orgullo

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Sentí que se me apretaba el pecho y me quedaba sin aire.

"No, esto no significa nada", me dije para calmarme, "a lo mejor comparten casa en Inglaterra, o ella le dio alojamiento por una noche, o son amigos".

No le quise dar más vueltas porque sabía que una vez que empezara no iba a poder dejar de pasarme rollos. Menos mal que justo entró la Caro a buscarme.

- Vamos a abrir los regalos – anunció cuando abrió la puerta, entonces me miró – espera, qué te pasó.

- Nada, ¿por qué? – me di vuelta y sentí las mejillas húmedas, me sequé rápido.

- ¿Estai llorando? – se sentó en la cama – Tienes los ojos hinchados.

- No, no – retrocedí un poco – es que me pillaste bostezando, justo me estaba quedando dormida. Como hoy me levanté temprano para salir a terreno, piensa que salí de mi casa a las 6 de la mañana.

Me dio una mirada de "no te creo, weona", y luego dijo:

- Después me contai – me desordenó la partidura del pelo para que pareciera que en verdad había estado durmiendo, imposible tener una cómplice mejor – ahora vamos, te están esperando.

Asentí y me tomó de la mano para salir de su pieza. El arbolito estaba lleno de regalos, los primeros en abrirlos fueron los niños más chicos, la ilusión que tienen por el Viejito Pascuero es impagable. Observaba sus caritas de emoción cuando encontraban lo que le pidieron en la carta y de repente me sentí mejor. No me quería poner triste ahora, podía pensar en el Francisco mañana, pero este era un momento especial.

Jugaron un rato con sus juguetes nuevos y se fueron a dormir, entonces llegó el turno de los adultos. Abrí un par de regalos que eran para mí, hasta que llegó a mis manos el de mi tía. Como se habrán dado cuenta a ella le gustaba decorar todo, entonces no me impresionó tanto cuando me pasó una caja cerrada con una cinta como lo hacen en Estados Unidos. La sostuve en mis manos dimensionando el peso, igual tenía lo suyo.

- Ya pues, ábrala – insistió. Parece que me estaba demorando mucho, es que tampoco tenía mucho ánimo de saber qué había adentro porque seguramente no me iba a gustar.

- Sí, es que no la quiero romper – me excusé y busqué el nudo de la cinta para desatarla con cuidado.

- Ooooh – exclamaron a coro mis familiares cuando saqué de la caja unos pantalones de color salmón. Lo típico que hacen cuando cualquiera de nosotros abre un regalo.

Los extendí en el aire, confundida. Al sujetarlos de la pretina me parecían normales, pero se enanchaban hacia abajo, la etiqueta decía "Wide leg".

Debo haber sonreído de oreja a oreja, porque mi tía vino a abrazarme mientras repetía "le encantó, miren su cara, le encantaron los pantalones". Pero la verdad es que en el fondo me estaba riendo porque una vez la Caro me presentó a sus compañeras de colegio en un cumpleaños, recuerdo haberle comentado que todas se vestían iguales, ¡es que la cagó! Todas con un palazzo negro y una polera de pabilo o un top animal print, esa tarde le dije que yo nunca me vestiría así, no estoy para disfrazarme de cuica. Y que me hubieran regalado ese pantalón me parecía irónico.

- Sí, muchas gracias – disimulé, yo podía ser chora pero no maleducada, eso sí que no.

- Para que se cambie esos pantalones rajados que siempre usa – dijo mi tía al aire y los demás se rieron porque siempre me molestaba con lo mismo.

Lo doblé con cuidado para guardarlo en la caja, sabiendo que se iba a quedar en el fondo de mi closet.

Como a las 4 todos se fueron a sus casas. Yo le pedí permiso a la tía para quedarme a dormir con la Caro, me ofreció la pieza de invitados pero yo quería dormir en la misma cama que mi prima como cuando éramos chicas, todavía tenía que enseñarme a usar Instagram.

Suéltate (Francisco Sierralta y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora