Capítulo 13: Maniquí

150 11 96
                                    

Los primeros días de enero le di muchas vueltas a la conversación que había tenido con mi tía y me arrepentí de cada una de mis palabras. Estaba puro webeando, no me iba a disfrazar de cuica, más encima son todas clones, si quiero que el Francisco me pesque no puedo ser una más.

Así que intenté evitar a la mamá de la Caro a toda costa, pensé que si dejaba pasar los días se le iba a olvidar y volveríamos a estar bien, pero no contaba con que su marido estaba de cumpleaños por estas fechas.

- La Caro llamó hace un rato, dijo que no le contestabas el teléfono – dijo mi mamá cuando me vino a buscar a la pieza – era para invitarnos al cumpleaños de su papá.

- No quiero ir – le respondí y me puse a cambiar los canales de la tele para que pareciera que estaba ocupada.

- Nos invitó a tomar once y vamos a ir – sentenció – tú también, es tu tío.

- Pero no quiero... - repliqué.

- ¿Por qué no? – se cruzó de brazos en el marco de la puerta.

- Porque no – no le iba a contar toda la historia, me daba vergüenza.

Mi mamá nunca se hubiera imaginado que su hija que siempre andaba llena de tierra de repente quería intentar ser señorita. Era más fácil evitar el tema que explicarlo.

- Vamos a tomar once y si quieres te retiras – insistió - ¿te peleaste con la Caro acaso? ¿por eso no quieres ir?

De nuevo, era más fácil evadir el tema que explicar.

- Ya, filo, no saco nada con contarte las weas si al final me obligai – contesté y me paré a cerrar la puerta.

Como a las cinco de la tarde se volvió a aparecer en tu habitación.

- Tu tía llamó ahora, dice que tampoco le contestas el teléfono.

"Obvio que no", pensé. Como no respondí nada mi mamá continuó:

- Mandó a decir que te pasa a buscar en diez minutos porque te va a llevar a una tienda que tú le pediste.

Mierda, no. Puta tía, de todas las weas superficiales que tiene en la cabeza por qué se tuvo que acordar de mí ahora.

- Ponte sus pantalones – mi mamá cambió el tono y se vino a sentar a los pies de mi cama, como buscando tregua.

- No quiero – me negué otra vez.

- Ella siempre te hace regalos caros, ahora más encima te está invitando a salir y de seguro que te va a comprar otra cosita – hizo que la mirara – ponte los pantalones, dale el gusto a tu tía solo por hoy.

- Yo no le doy el gusto a nadie – hablé para cortar la conversación – si quiero me los pongo.

Mi vieja se enojó porque no contestó nada más y se fue de la habitación. Cuando escuché el timbre se me apretó la guata.

- ¿Y la Emi? – oí a través de la puerta, era mi señal para salir.

- Hola tía – la saludé de beso pero sin mirarla a la cara, esta vez era distinto.

- ¿Y sus pantalones? – preguntó con voz chillona.

Tuve que aguantar la respiración para no soltar un gritito de frustración. Desde que me mostré vulnerable con ella sentía que me controlaba, no me sentía segura de responderle, como si tuviera 12 años otra vez. Entonces inventé una chiva.

- Es que no tengo ninguna polera que me combine con ese pantalón, como son palazzo...

- Pero eso lo solucionamos hoy día mismo – en su rostro maquillado se dibujó una sonrisa – póngase los pantalones igual para que busquemos una polera que le quede bien y armamos la tenida.

Suéltate (Francisco Sierralta y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora