Capítulo 10: ¿Qué onda con ella?

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Me puse roja y escondí la cara entre mis manos. Es que weon, cómo soy tan pava de comerme la mantequilla y más encima encontrarla rica.

Separé un poco los dedos para observar al Pancho, que había agachado la cabeza pero todavía se seguía riendo.

Ya, había que tomarse esto con humor nomás. Me empecé a reír yo también.

- Es por la dieta keto, ¿ya? – dije entrecortado, es que el ataque de risa era intenso. Luego le hablé al garzón – no se preocupe, no me traiga más mantequilla, gracias.

Esperé a que saliera para pegarle un manotazo a la mesa e inclinarme hacia adelante. Qué manera de reírme, me agarré la guata porque era tanto que me dolía, apenas respiraba y el rucio estaba en las mismas.

- Es que te pasai – negó con la cabeza y siguió riendo.

- Ya po weon, no seai pesado – me tapé la boca con una mano, a ver si así me calmaba un poco.

Suspiré cuando dejamos de reír:

- Ay, weon, casi me ahogo.

Pero al parecer mi comentario fue el gatillante para que Sierralta se volviera a reír.

- Ya po – me paré y caminé hasta ponerme por detrás de él, escondí mi cara en su cuello y lo abracé por la espalda para contenerme.

Intentó responderme entre los espasmos pero no pudo. En su lugar, atrapó mis manos a la altura de su pecho haciendo que me pegara más a su espalda.

Volví a mi asiento cuando el mozo entró con los platos, un rico bife a lo pobre, Sierralta sí que conocía mis gustos.

Tomé el tenedor para empezar a comer, pero alcé la vista y me di cuenta de que el Francisco me observaba confundido.

- ¿No le vas a sacar una foto? – me preguntó.

- ¿Para qué? – lo miré confundida.

- Para subirla a insta – continuó.

- No po, ¿pa qué? – me encogí de hombros, encontraba súper rara a esa gente que sube todo a redes sociales – la que menos publica es la que mejor lo pasa – le guiñé un ojo.

- Ya po – me sonrió, como si le hubiese gustado mi respuesta – comamos entonces.

Menos mal que no nos seguimos riendo y que nadie se ahogó. La conversación comenzó bien tranquila, lo típico de "está súper rico esto", "¿habías venido aquí antes?", y esa onda. Cuando íbamos por la mitad supe que ya era tiempo de sacar el tema.

- ¿Oye rucio? – hice que me mirara - ¿te puedo preguntar algo?

Asintió mientras terminaba de masticar, yo aproveché esos segundos para pensar bien en cómo formular la pregunta.

- ¿Qué onda tú y la Paula? – claramente esto de ser sutil no es lo mío.

Dejó el tenedor en el plato y se tomó un momento para pensar. Yo por dentro estaba arrepentida de haber tirado la pregunta así nomás.

- Estamos como ahí nomás – me contó – desde hace tiempo que veníamos medios peleados por tonteras, ella como que se enoja por todo, yo no tengo tiempo para eso porque tengo que rendir en los partidos... es penca.

- ¿Hablaron después de lo del Monticello? – me atreví a indagar más.

- Sí y no – tomó otro pedazo de carne y se lo llevó a la boca – me dijo que no quería hablar, que era mejor darnos espacio por unos días para no seguir peleando y quedamos en eso, como que nos estamos tomando un tiempo pero sin separarnos, es bien extraño el arreglo.

Suéltate (Francisco Sierralta y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora