Capítulo 26: No deberías estar aquí

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- Tu cabello está maltratado, enmarañado, quemado, sin brillo... - enumeró la peluquera mientras sostenía mi pelo como si fuese un atado de paja.

- Chss - rechisté - gracias, no me ayude tanto. Ya, sabe que no me interesa qué tan pa la cagá tengo el pelo, dígame cómo lo puede arreglar nomás.

- Lo que te puedo ofrecer - me explicó ella - es un alisado de keratina. Si te hago un brushing no te va a durar nada con la humedad que hay afuera.

- Bueno, haga lo que tenga que hacer - accedí.

El olor de la keratina era tóxico. Mi pelo humeaba mientras me pasaban la plancha a más de doscientos grados por cada mechón, y se me aguaban los ojos. La peluquera me ofreció abrir la ventana para evacuar el vapor, pero en el fondo yo sabía que lloraba por estar jugándome todas mis cartas para esta noche.

Mi pelo, del que siempre estuve orgullosa por su rebeldía, ahora caía lacio sobre mis hombros y reflejaba la luz cual plastificado. Ella terminó de definir una partidura perfecta en el medio y degrafiló unos mechones para dar un efecto aun más liso. 

Me obligué a sonreir cuando alcé la mirada para encontrarme en el espejo.

- Gracias - tragué saliva para obligarme a hablar.

"Solo es tu armadura para esta noche, Emi", me decía para calmarme, "estarás bien".

En la casa de la Caro me esperaba el vestido recién planchado. Me lo puse con cuidado, como si la elegancia se fuera a romper al entrar en contacto con mi cuerpo. Mi prima me subió el cierre y yo sentí la presión en el pecho que traía consigo este disfraz.

- ¿Quieres que te vaya a dejar? - me preguntó mientras terminaba de maquillarme los ojos con un shadow eye en tonos negros y brillantina del mismo color.

Pestañeé un par de veces para acostumbrarme al nuevo peso que tenían mis párpados con tanta sombra.

- No, pedí un taxi, no te preocupes - le apreté la mano en agradecimiento por todo lo que me había ayudado hasta ahora - tengo que hacer esto sola. 

Y así lo hice. El trayecto me pareció eterno, el taxi me dejó afuera de las grandes puertas que delimitaban la propiedad del Francisco, hoy abiertas de par en par para que sus invitados llegaran a la fiesta.

Caminé sola entre los lujosos autos estacionados, mis zapatos metálicos hacían demasiado ruido al pasar, que retumbaba entre la oscuridad de la noche. Comencé a oir risas y supe que estaba más cerca.

Inspiré hondo para ponerme derecha, sin actitud este disfraz no servía para nada. Me recordé a mí misma por qué estaba haciendo esto: "es tu última oportunidad para conquistar al Francisco, Emi, por favor compórtate esta noche". 

Me pasé una mano por el pelo para asegurarme de que no se me hubiera movido ni un mechón, todo estaba perfectamente en su lugar, y me obligué a sonreir de la forma en que lo había ensayado: sofisticada, elegante, sutil. Lo que más quería hoy era pasar piola.

Seguí avanzando y pude identificar bajo las farolas a los grupitos de gente que conversaban entre sí sosteniendo copas de champagne, justo como la primera vez que estuve aquí para el cumpleaños del rucio. La diferencia es que hoy mi entrada sí iba a ser memorable.

Me detuve por un segundo para armarme de valor antes de atravesar ese pasillo repleto de ojos que me observaban con expectación. "No tienes de qué preocuparte Emi, están mirando a tu personaje, no a ti". Caminé con confianza, con dignidad, me sentía como la Lady Di.

- ¿Me estai webeando? - escuché la risa burlona de José Tomás, me tenía agarrada por el brazo - te prometo que casi no te conozco, ¿de qué te disfrazaste hoy día?

Suéltate (Francisco Sierralta y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora