Xiao Zhan sabía que tenía prohibido caminar en el bosque, pero solo ahí podía conseguir aquellas flores que le recordaban a la Luna, no sabía que visitar en aquel momento el lugar sería su perdición.
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Las flores de Luna siempre habían sido un mito para la humanidad, solo unas muy pocas personas lograban conocer la realidad de estás bellezas. Ellas, a palabras de cada anciano eran unas flores de diferentes colores, blancas, azules o amarillas que podían curar de la más mínima enfermedad hasta la más trágica.
Pero lamentablemente no eran encontradas con facilidad, y a palabras de los Magos o Hechiceros que habitaban los bosques, estás eran más bien entes que siempre habían buscado un "envase" porque querían vivir como un humano normal por ello aparecían de vez en cuando ante un humano para poseerlo, devorándole su alma y cuerpo.
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Los párpados me pesan e intento tratar de levantarme, pero la mano del padre Zhuocheng me lo impide.
—No, la herida aún no está cerrada por completo.
— ¿¡D-dónde está mi Zhan!?— cuestiono alterado, con una ansiedad inmensa ahogándose en mi garganta.
—Tranquilo, el príncipe llevo junto a Hyungwon a la manada a un lugar más seguro— el padre intenta tranquilizarme, pero este sentimiento de inquietud no se va.
De pronto la mano del padre comienza a temblar y su calmada expresión se deforma.
—S-se ha ido...
— ¿Qué?— pregunto al ver como cae de rodillas.
— ¡El amuleto que le di al príncipe se ha roto!— por primera vez veo al padre Zhuocheng tan asustado—. ¡Alguien ha roto la barrera que yo cree para mantenerlo a salvo!
Un dolor sofocante invade mi garganta y no se debe a la herida.
—Zhan debe estar en peligro...debo ir a su encuentro...
— ¡Dije que no puedes moverte!— exclama totalmente alterado y en cuestión de segundos estoy de nuevo dentro de una especie de barrera en dónde solo estoy yo, y aquella luz brillante que rodea mi cuello—. Iré a verlo yo, traeré de vuelta al príncipe.
