CEREZO DE INVIERNO

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la primavera dio pasó a las demás estaciones que giraban exactamente iguales para mi, dos años más tarde ya no éramos 8 sirvientas, solo quedábamos cinco que no sucumbimos la gripe estacional. Okasan se ocupó bien de nuestra educación y nos envió a todas a las escuela, de día éramos unas tímidas colegialas vestidas de yukatas azules y trenzas a los lados de la cabeza y por la tarde al llegar a casa nos transformábamos en la servidumbre que sostenían aquella okiya.

Recuerdo un momento en que estaba en la cocina sacando encurtidos para la comida cuando de pronto me sentí tan perdida que tuve que parar lo que estaba haciendo y me comencé a tocar frenéticamente las rodillas, los hombros, los codos y las manos durante un buen rato, pues no me cabía en la cabeza que aquella persona que estaba parada en ese lugar fuera realmente yo.

La mayoría de mis tareas eran muy sencillas. Recogía los futones por la mañana, limpiaba las habitaciones, barría el pasaje y otras cosas por el estilo, junto con Sasha y Petra éramos las más rápidas, al ser tan menudas aun con doce años ya cumplidos nos sabíamos dividir y hacer equipo para el día a día.  Claro está, teníamos dos ayudas  gigantescas que nos habían adorado a las tres apenas nos conocieron, las Geikos de la okiya, Nanaba y Hanji; a pesar de que la mayoría les temía por ser tan bellas y populares ellas eran demasiado encantadoras, nos facilitaron mucho las cosas enseñándonos desde cero como era el manejo de sus cosas y nuestro rol en la casa.  Hasta el momento pensaba que mi vida seria barrer, lavar y tomar clases para un día asistir la casa igual que Pieck, era buena en la danza y el canto, no así en los instrumentos, ni la poesía y menos la conversación, no tenía idea de para que me servirían estas cosas. Eso estaba por cambiar.

Una mañana de Mayo me levanté con un ardor peculiar en el bajo vientre, pesadamente me senté en mi futón pues tenia una sensación viscosa entre mis piernas, cuando me pude poner de pie la mano de Sasha se ancló a mi tobillo y me miro con sus ojos enormes.

—Yuki, ¡estas sangrando!—

mire hacia mi ropa y vi una mancha rojiza y oscura entre mis sabanas y la ropa puesta, puedo jurar que morí y reviví solo para atravesar el patio corriendo y gritando.

—Pieck-san ¡auxilioooooo! ¡me muero!— y entre al baño de servicio para ver de donde provenía mi deceso seguro. Podrán imaginar mi cara cuando inspeccioné mi cuerpo palmo a palmo y no encontré una sola herida, y bueno, mi impresión fue aún mayor cuando por primera vez y a conciencia palpe el estigma que se ocultaba entre mis muslos y descubrí que el río carmesí salía precisamente de ahí.

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Okasan!!— Pieck llamó a la puerta de su ama, era una chica muy bonita, con un espeso cabello negro y una sonrisa amable, tristemente el problema de su cadera le impidió abrirse camino como Geiko. Este es un mundo bello y cruel con aquellas que deciden caminar por sus sendas.  Cuando escuchó que su señora le dio el pase, entro con la bandeja del desayuno, rápidamente acomodando todos los alimentos como a Kiyomi le gustaban y una vez que esta comenzó a degustar la primera comida, la chica le recitaba su itinerario como cada mañana.

—Y como ultimo punto me alegra informarle que Yuki, la esclava hoy tuvo su primer sangrado— sabia que esta noticia le interesaba mucho a su señora.

—¿lo confirmaste? ¿y las otras dos?— Kiyomi bajo el libro que sostenia frente a su rostro.

—ella es la única, ¿que desea hacer?—

La mujer se pasó la mano elegantemente por el rostro sopesando las posibilidades, si ponía a Yuki en una habitación separada podría entrenarla más rápido, por el contrario todavía quedaban dos contrincantes.

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