karyūkai

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Violeta salvaje.
Incluso antes de florecer
se distingue.
Haikú  Sono-Jo
[Shiba Sonome. 1664-1726]




.- Eramos ocho niñas en total, criaturas aparentemente indefensas que además del miedo nos unía una obvia pobreza; Oka-San, así nos debíamos referir a kiyomi cuando nos hablará, nunca debemos levantar la cabeza, ella es dueña hasta del aire que entra en nuestros insignificantes pulmones.

Paso caminando lentamente frente a nosotras, mientras Piku-chan con su ágil vara de bambú nos hacia arquearnos y levantarnos según su ama lo dispusiera, nos examinó rápidamente como si buscara algo o a alguien, a mi me pareció así hasta que por fin se retiró no sin antes girar a su lacayo y decirle algo que no alcanzamos a descifrar hasta que la consecuencia llegó.

Una chica de cabello castaño a dos lugares de mi sollozaba bajito, su cuerpo temblaba instintivamente, Piku se acerco y la miro con lástima:

—No debiste hacerlo, de hoy en mas aprenderás que tu cuerpo no es tuyo ni para vaciar los líquidos vitales— levantó su vara y sin piedad le asestó doce golpes en la espalda a la chica que gritaba. Todas comprendimos  la situación, la niña se había orinado y lloraba de miedo y dolor sobre su propio desastre.

otras criadas salieron, nos ataron las manos con trozos de seda y nos sacaron de ese lugar, íbamos descalzas en harapos, pude ver que estaba en un barrio muy sobrio, no se veían tiendas ni comercios, una casa se diferenciaba de otra solo por el decorado de sus puertas y rejas, si no hubiese pensado que era la fortaleza que rodeaba un castillo, un pesado silencio se extendía y solo era perturbado por nuestras apresuradas pisadas rumbo a lo desconocido, no sabia leer, no podía descifrar la escritura de los letreros, de ninguna manera podía orientarme en ese lugar.

Nos llevaron a un Sentō, nos desnudaron y por primera vez alguien se tomo la molestia de enseñarme algo, en este caso aprendi a bañarme.

"Si uno se baña una vez, su aspecto embellece, si se lava más de una vez, sanará sus enfermedades".

Nos dijo Piku, mientras veia como nos sangraba la piel intentando quitarnos hasta la minima particula de suciedad del cuerpo, mientras el agua nos lavaba se apreciaba la arena que tuvimos siempre como una segunda piel sin darnos cuenta, una vez estuvo satisfecha con el trabajo, nos entregaron nueva ropa,  una especie de Samue sencillos para poder ejecutar las tareas del hogar.

En la casa donde fui arrebatada vivíamos cinco personas y muchas veces nos quedábamos sin cosas que hacer, en mi mente no podía creer que esa señora Kiyomi necesitara de 8 niñas buenas para nada para tener su hogar en orden, en mi ingenuidad di por sentado que ella vivía sola, no será la primera vez que la realidad me golpeé la nariz.

Lo único bueno de ese día fue la comida, nos ofrecieron un tazón mediano de arroz cocido, dos tiras de pescado al vapor, encurtidos en vinagre y dos tazas de te, jamas había comido tan bien en mi vida, en ese momento también comprendí que todo lo que hiciéramos seria para aprender una lección. Nos golpeaban las manos hasta que la forma de tomar los palillos para alimentarnos fue aceptable, los pellizcos en las mejillas no se hicieron esperar cuando dejamos salir ruido al sorber el té caliente.

Después el día se fue muriendo mientras acareábamos agua a la cisterna, calentábamos braseros, sacudíamos puertas y ventanas, la Okiya tenia dos pisos y dos cobertizos afuera, uno era para nosotras y en el otro vivían las tres mēido.

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