SUSURROS EN LA OCHAYA

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.-Petra fue una niña relativamente feliz y deseada, sus padres eran comerciantes con mucho abolengo, y viajaban en hermosas caravanas a través de la ruta de la seda, siempre mimada por su amorosa madre y sus sirvientes.

Un fatídico día mientras sus familiares requisaban entrega de mercancías, ella vislumbró un artefacto maravilloso, una barra transparente parecida al brillante cristal pasaba por el ojo de un molinillo y se convertía en escarcha a la que un hombre mayor le añadía jarabe de colores,ella nunca había visto una maquina de raspados. Animada por el barullo escapo de su cuidadoras para observar por largo rato el mecanismo tan curioso de el vendedor; la mala fortuna se leía en su carta pues ese mismo día en ese mercado se encontraba Dai, que al ver a tan preciosa criatura no dudo en raptarla lejos.

Pocos supieron de la desolación de la familia Ral, de las sumas de dinero dedicadas a su búsqueda infructífera y mucho menos del dolor lascerante en el corazón del matrimonio que perdió a su valiosa joya con tan solo cinco años.

Ahora, siete años después frente a ellos en esa sala de la okiya, ella no lograba reconocer a quienes la trajeron al mundo, sus memorias fueron lavadas y lo que en algún momento fue el amor más devoto, con el paso de los años y la certeza del abandono mutó en furia y amargura, en vanos fueron las lágrimas derramadas en ese suelo que ahora ella reconocía como casa, las suplicas de su padre no lograron derribar sus barreras, Kiyomi incluso intento hacerla entrar en razón.

—No puedo obligarte a dejar este recinto, pero debo ser sincera, la geiko nace con talento y es una especie rara la que lo desarrolla— para ella seria mejor dejar esa vida.

—Kiyomi Oka-San debo quedarme aquí, este es mi lugar— firmemente le sostuvo la mirada a la mayor que soltó un suspiro pesado.

—Lo lamento señores Ral, yo adquirí esta propiedad de un comerciante cuando ella tenia al parecer cinco años, ella es una Minarai ahora por lo tanto puede decidir y por lo visto no desea abandonad su carrera.

Los padres de la chica desconsolados siguieron llorando por largo rato fuera de la Okiya, pero ni siquiera eso derritió la capa de hielo del corazón de su hija.

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—Nana no se siente bien hoy así que las lecciones estarán a mi cargo— Hange vestía una casual yukata azul con rayas blancas, las chicas por otro lado tenían puesto el tradicional kimono de Maiko.

El pesado furisode con sus larguísimas mangas hasta los tobillos las tenia al borde de las caídas, el darari obi no les ayudaba mucho pues la pesada tela las empujaba por la espalda, mantener el equilibrio era todo un reto, y aun no estaban sobre las okobo, en resumen, los veinte kilos que suponía ese precioso traje les podía causar graves accidentes.

—Ahora observen, la técnica para caminar con gracia es hacer pasos cortos, un pie tras otro, el kimono debe ondular tras ustedes como la espuma del mar— Hange se movía con maestría delante de las niñas para aclarar su punto.

Yuki sentía su cuerpo arder, demasiada ropa, estaba tan apretada y el moverse solo incrementaba su incomodidad, aun así tenia mas gracias que Petra, que no hacia mas que tropezar con su propias faldas.

—¡CON GRACIA!— les gritaba su Geiko.— ¡ESTIREN EL CUELLO! ¡NO SON TORTUGAS!— estaba llegando al límite.

—¡PETRA POR LO SAGRADO CAMINA EN LINEA RECTA!— se pellizcaba el puente de la nariz, la mujer sentía que su ojo derecho le palpitaba—¡YUKI LEVANTA LA MIRADA! ¡VAMOS ACHISPATE!— Quince minutos después se dio por vencida y llamo a Pieck para pedirle un te de lavanda.

MAIKODonde viven las historias. Descúbrelo ahora