Extra 1.5

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| Lo que no te dijeron |

Pasos, eso era todo lo que él podía oír. Los escuchaba a lo lejos y no estaba seguro de si eran de verdad o una última esperanza que su mente había inventado.

Si tan solo fueran de rescate.

Lo habían torturado hasta la locura estirando músculos y huesos que no debían estirarse, enterrando objetos punzantes que lo habían hecho gritar hasta que llorara y el método conocido; golpear, golpear hasta que quedara inconsciente. Se había dicho que era una suerte que no fueran ellos quienes lo interrogaran, pero estos sujetos parecían bastante bien entrenados.

No lamentaría haberlo entregado todo y delatarlos a todos con tal de que dejaran de golpearlo. Su propia hija lo había expuesto y ahora cualquier semilla de esperanza había sido aplastada por la burguesía.

Siempre podían volver a intentarlo, de seguro habrían dicho los simpatizantes de su grupo, pero el terror que le ponía ahora la carne de gallina le aseguraba que jamás, ni en otra vida, volvería a actuar en contra de La familia.

Y hablando de ellos...

Sabía que eran ellos. Cuando se trataba de cualquier otro el ruido de las suelas de sus zapatos era más apresurado, como si venir aquí tratara de un placer irresistible. En cambio cuando ellos aparecían, cosa que no solía pasar a menudo, sus pasos eran ligeros y pausados. Su propósito era anunciar la llegada y atormentar a los oyentes, algo que conseguían con mucho éxito.

—¿Estuviste divirtiéndote, Koch? —preguntó la voz, causándole un temblor que viajaba de sus piernas a sus manos.

Con la garganta seca y adolorida de tanto gritar, tuvo que tragar saliva y carraspear un poco antes de responder.

—N-no personalmente... , señor.

Sus párpados estaban tan hinchados que ni cuando encendieron la luz pudo ver algo. Solo se atrevió a adivinar que serían dos Millard... y no los tres.

Rezaba que no los cuatro ni cinco.

—Has estado ocupado últimamente, ¿me equivoco? —preguntó Flynn Millard quien, según se percató, estaba parado frente a él—. ¿Le encomendaste una tarea a tu hija cuando viste que a ti no te daba resultados?

Ya había admitido todo. No le veía sentido a estas preguntas.

—Yo no... le dije que hicie-hiciera nada. Ella sola decidió qué haría. Pe-pero —tuvo que detenerse en su repetitiva confesión para volver a carraspear—, el plan final... ese sí es culpa mía.

—No lo digas de esa manera —pidió el señor Millard, usando su voz seductora que tenía la habilidad de encantar a quienes le escucharan... y la de torturarlos—, sino pensaré en admitir mi parte de la culpa.

Aun luchando en contra por el dolor, sus músculos se apretaron al escuchar esa elección de palabras.

Intentó por todos los medios no darle la satisfacción de verse interesado.

—Tu hija era una visionaria, pero no una muy inteligente, ¿o sí? —añade sin esperar a que responda en realidad—. Había formas más simples de llevar a cabo sus ideas. De seguro si se hubiese acercado a nosotros con sus deseos hubiésemos rescatado lo más admirable de sus planes.

Abraham Koch se mantuvo impasible. Su hija ya había muerto en deshonor, no quedaba nada por lo que luchar por ella.

—La venganza adolescente tiene la tendencia a ser impulsiva y carente de planificación. Yo pude haberle proporcionado acceso a nuestras redes de búsqueda. La habría hecho trabajar en reclutamiento de estudiantes con tal de que su astuta búsqueda no resultara obvia —explica, y la sonrisa en su boca se hace obvia—. Es lo que pasa cuando trabajan a nuestras espaldas.

LA TENTACIÓN DE MILLARD ACADEMYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora