Capítulo 23

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Me tenía embelesada escucharlo tocar

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Me tenía embelesada escucharlo tocar.

La casa suele tener ese ambiente frío y antiguo, como si estuviese atenta a los secretos de cada uno y atada en consecuencia a los integrantes que viven en esta. Pero él la hizo despertar.

Como a mí.

Había dejado de lado todo lo que estaba hurtando de la cocina, de las exquisitas preparaciones de Mera, para seguir la música que a ella y a mí nos había rodeado como una suave brisa.

—Había extrañado tanto ese sonido —le escuché decir antes de marcharme para seguir la melodía.

Me guio hasta el segundo piso, a la habitación de Leo, donde huele a estéril, a medicamentos y a un aromatizante, algo nada atractivo para mi gusto.

Y ahí estaba. Se había acomodado en una silla junto a la cama de su hermana a una distancia prudente mientras esta parecía anormalmente tranquila. Estaba sedada. Había estado teniendo ideas suicidas desde el funeral de Schaden.

Pasaba el arco por las cuerdas como quien respeta al instrumento y a su obra.

No había querido que Eros detuviera la melodía del chelo por ningún motivo, así que me apoyé contra el marco de la puerta y me quedé en silencio para escucharle.

Como quien ha dedicado su vida a encontrar tesoros de otros, como quien no suele permitir que las acciones de otros la sorprendan, lo que él hacía con el instrumento conseguía robarme las palabras. Era algo invaluable lo que Eros hacía. Un regalo más próximo a la magia que a otra cosa.

Y antes de lo que me hubiese gustado, la magia acabo.

Silenciosamente, Eros se da vuelta y me observa con sus ojos dorados muy brillantes.

—Supongo que ya no podías resistir saber lo que te ocultaba —murmura sonriendo.

Doy varios pasos hasta él.

—¿Este era tu secreto?

Se encoge de hombros.

—Tuve que practicar por mucho tiempo antes de esto.

—¿Habías olvidado cómo se hacía?

—Yo nunca lo había tocado antes.

Señala a Leonore con su mentón.

—Ella ya no puede tocar así que estuve pidiéndole a unos profesores que me enseñaran —explica y luego me frunce el ceño—. ¿Por qué lloras?

Me llevo la mano a la cara hasta notar la humedad de mis mejillas. Rápidamente me las seco con la manga de la ropa.

—No sabía que lo estaba haciendo.

—Creo que será la única vez donde me enorgullezca de hacerte llorar —contesta, y justo entonces se pone de pie. Camina hasta reducir toda la distancia que nos separa y sube una mano hasta mi rostro para secar la humedad que aún rodea mis ojos.

LA TENTACIÓN DE MILLARD ACADEMYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora