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—Narra Lisa—

Lisa Manoban abrió las puertas correderas del porche y salió, haciendo una mueca ante el fuerte viento contra su rostro.

Decidiendo ignorar el tiempo, se estiró, agarrando un codo detrás de la cabeza. Luego cambió al otro lado antes de inclinarse y poner las palmas de sus manos sobre la superficie de madera, que estaba cubierta de arena. Empujó la cabeza entre las rodillas tanto como pudo y miró a través de las piernas, sintiendo sus largas y delgadas extremidades despertarse. Los mechones más cortos de su pelo moreno le soplaban en los ojos y los cerró un momento, manteniendo la posición.

Todavía estaba oscuro pero, como siempre, la alarma había sonado a las seis y ya estaba levantada y haciendo sus suaves ejercicios matutinos antes de su primera clase de yoga del día.

Hacía frío para hacer esto hoy fuera, con la tormenta de noviembre rugiendo sobre la costa, pero le gustaba la brisa marina y siempre la espabilaba. Su sudadera roja favorita la mantenía caliente pero sabía que pronto estaría sudando, a pesar del frío. Lisa no podía esperar a que cambiara la estación.

Mayo siempre era la mejor época del año, cuando las flores moradas florecían por todo Corea y la playa empezaba a llenarse durante el día. A diferencia de sus vecinos, a ella no le importaba los amantes de la playa de primavera y verano que paseaban delante de su casa. De hecho, siempre la había animado ver a los nativos entusiasmados con la primavera. Como su casa era una de las pocas independientes a lo largo de una de las playas más tranquilas de Corea, la fotografiaban mucho. Era pintoresca, tenía que admitirlo, pintada en azul claro con los alfeizares en blanco y la puerta en un azul brillante, incrustado entre palmeras de Corea. Construida en la extensión que separaba la autopista de la playa, era una ubicación privilegiada. Varios promotores no habían tenido éxito en sus intentos por comprársela en los cinco años que llevaba viviendo allí y Lisa sabía que nunca vendería la casa que su madre le había dejado, daba igual lo que le ofrecieran.

Tomó aire profundamente un par de veces, manteniéndose en la posición, y lentamente volvió a levantarse. Sus ojos se entrecerraron cuando divisó a una mujer que estaba arrodillada en la playa, doblada hacia adelante.

—¿Qué está haciendo?

No le habría hecho caso por considerarla una fiestera borracha de camino a casa si no hubiera sido porque la había visto las dos mañanas anteriores en ese mismo lugar. Era una mañana rara para estar sentada allí, con la fuerte tormenta, y la mujer no parecía como que acabara de volver de pasar una noche entera. El vestido blanco y largo era demasiado romántico para los clubs de corea y hasta lo que podía ver, la mujer no llevaba zapatos.

— ¿Estará enferma?

Se agarraba el estómago, temblando mucho.

— Jesús, a lo mejor necesita ayuda.

Se apoyó en la barandilla para poder verla mejor y decidió que algo iba mal, así que bajó los escalones del porche hacia la playa.

—Oiga, señora, ¿está bien? —gritó.

La mujer se levantó sin darse por enterada y empezó a caminar hacia el mar. Su pelo castaño y largo daba latigazos furiosamente por las fuertes ráfagas de viento y casi parecía un fantasma en esa débil luz.

—¡Oiga! — gritó otra vez, aligerando su paso ahora. Sin reacción todavía, pero la mujer se estaba dirigiendo hacia el mar a un paso alarmantemente rápido ahora.-

— Se va a matar. No hace tiempo para nadar. La tormenta es peligrosa, ¿no se da cuenta?-

Y fue entonces cuando Lisa se dio cuenta de lo que estaba pasando y empezó a correr tan rápido como podía, quitándose la sudadera al mismo tiempo.

Mar De Amor [Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora