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Lisa corrió hacia ella y la ayudó a sentarse de nuevo en el sofá. Sintió una punzada aguda de compasión al ver a la mujer tan vulnerable. No ir al hospital era de verdad una mala idea, pero era claramente tan importante para Jennie, que estaba decidida a arriesgar su propia salud. Pero solo hacía treinta minutos, no le había importado su vida y mucho menos su salud, se recordó Lisa. Podía imaginarse el circo que se montaría alrededor del intento de suicidio de una celebridad si salía a la luz. Los titulares, los tweets, los paparazzi siguiéndola a todos los lados, luchando para ver quién sacaba la foto más triste de la actriz de fama mundial que había intentado ahogarse...

Jennie parecía estar bien, teniendo en cuenta las circunstancias; estaba lúcida y receptiva. Lisa sabía que había un riesgo posible de que la hipotermia de Jennie empeorara, o que podía coger neumonía por el agua sucia que había estado en sus pulmones, pero si salía corriendo en el estado en que estaba ahora, posiblemente no buscaría ningún tipo de ayuda. Y no es que Lisa pudiera encerrarla y llamar al 911 en contra de su voluntad, ¿no? En ese momento tomó una decisión, esperando no tener que arrepentirse y prometiéndose en silencio que llamaría de todas formas a los Servicios de Emergencia si Jennie se ponía peor.

—Vale. Entonces quédate aquí. Duerme un poco, debes estar exhausta. —Buscó los ojos de Jennie. —Pero voy a despertarte cada hora para comprobar que estás bien y tienes que comer algo primero. —Dudó. —Olí alcohol en tu aliento. ¿Tomaste drogas con eso?

—Un valium y alguna cosa más que tenía por ahí. No estoy segura de lo que era pero se supone que son para calmarme. Creí que me ayudaría a... —Las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas otra vez.

—¿Te sientes mareada? ¿Confusa? —le preguntó, un ceño de preocupación apareciendo entre sus cejas.

—No, creo que estoy bien.

—¿Estás segura? ¿No tienes mareos?

— Sí, estoy segura. Solo un poco confusa —le aseguró. — Gracias por dejar que me quede —dijo en un susurro, el alivio reflejado en su cara. —Gracias... ¿Cómo te llamas? —Por primera vez, levantó la mirada y fijó sus ojos vidriosos en los de Lisa.

— Lisa Manoban.

— Gracias, Lisa. Eres muy amable.

Lisa se dirigió cojeando a la cocina abierta y calentó un cuenco de sopa sobrante en el microondas.

Cuando volvió, Jennie estaba profundamente dormida. Puso el cuenco en la mesa y acercó su oreja a la boca de Jennie para comprobar su respiración, mientras ponía dos dedos en el cuello para contar las pulsaciones. Parecía estable así que la cubrió más con el edredón y subió el termostato por primera vez en años. Con temor por dejar a Jennie sola en el salón, tan cerca del océano, cogió una manta para ella y se hundió en la silla que había a su lado, programando la alarma para que sonara cada hora por si se quedaba dormida. Tenía el cuerpo entumecido, exhausta después de haber luchado contra las olas. Cuando se quitó la camisa de la pierna, se sintió aliviada al ver que la pantorrilla había dejado de sangrar, pero la uña del dedo gordo del pie izquierdo había desaparecido. Sintió escalofríos cuando lo inspeccionó e intentó moverlo cuidadosamente. Se movía, así que no estaba roto, pero sospechaba que no podría dar clase de yoga en una semana por lo menos. Con manos temblorosas, mandó un mensaje a Rose, la gerente del estudio, para que encontrara una sustitución para su clase de yoga de las 8 de la mañana. Ella entendería que algo importante había sucedido porque Lisa nunca había cancelado nada. Incluso aunque nadie pudiera sustituirla hoy, Rose podría dar la clase ella misma.

El sol empezaba a asomarse ahora, unos pequeños rayos anaranjados aparecían en el horizonte. Lisa miraba fijamente al agua, apenas notando que estaba llorando en silencio otra vez cuando los recuerdos que todavía encontraba difíciles de llevar la inundaron de nuevo. Aunque habían pasado once años, el día que dos policías aparecieron en la puerta de su casa todavía seguía vívido en su mente. También recordaba la reacción de su padre como si hubiera sido ayer. Él apenas podía hablar por las lágrimas después de que ella se lo contara. —Mamá se metió en el mar —eso fue todo lo que ella dijo, y en ese momento, él ya sabía suficiente, como si lo hubiera estado esperando. También había sido en el amanecer cuando su madre decidió llevarse su propia vida, en el mismo lugar que Jennie había elegido. Había sido perseguida por sus problemas de salud mental durante tanto tiempo como Lisa podía recordar, y Lisa, de alguna manera, entendía por qué lo había hecho aquí. Este había sido su hogar después de que se hubiera divorciado de su padre un año antes, y siempre había amado el mar. Pero el por qué Jennie había elegido ese mismo lugar, justo delante de su casa, era un misterio para ella. Lisa recordó los titulares de hacía dos años, cuando Jennie había perdido a su hermana gemela en un accidente. Para ella había sido simplemente otra historia que apenas había quedado registrada antes de seguir con su vida, pero para Jennie todavía debía haber permanecido muy real y viva. Los pensamientos venían y se iban mientras lloraba, permitiéndose recordar la muerte de su madre otra vez. No es que tuviera otra elección; los hechos dramáticos que habían ocurrido esta mañana lo habían arrastrado todo violentamente a la superficie. Se limpió las lágrimas cuando sonó la alarma, recalentó la sopa y se dirigió al sofá, acariciando con cuidado la mejilla de Jennie

Mar De Amor [Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora