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Esa noche, por primera vez desde que me mudé a Brooklyn, salí a la calle. Esperé hasta la noche, y aunque estábamos a principios de octubre, llevaba puesto un abrigo grueso con capucha, que me coloqué sobre la cara. Envolví una bufanda alrededor de mi barbilla y mejillas. Caminé pegado a los edificios, girando para que la gente no me viera, escondiéndome en callejones para evitar acercarme demasiado a alguien. No debería tener que hacer esto, pensé. Soy Lalisa Manobal. Soy alguien especial. No debería verme reducida a andar a hurtadillas por callejones, escondiéndome detrás de los contenedores de basura, esperando a que algún desconocido grite, "Monstruo". Debería estar con la gente. Aún así, me escondí y me agaché y anduve a escondidas y afortunadamente pasé desapercibido. Eso fue lo más extraño. Nadie me vió, ni siquiera los que parecían mirarme directamente. Irreal.

Sabía dónde quería ir. Park Jimin, de mi clase en Tuttle, celebraba las fiestas más populares en casa de sus padres en el SoHo cuando estos estaban fuera. Había estado observando el espejo, así que sabía que estarían fuera este fin de semana. No podía ir a la fiesta... no como una desconocida, y desde luego no como yo misma, como Lalisa Manobal reducida a la nada.

Pero creí que tal vez, sólo tal vez, podría quedarme fuera de la fiesta y ver a la gente entrando y saliendo. Podía observarlos desde Brooklyn, claro. Pero quería estar allí. Nadie me reconocería. Mi único riesgo era que si alguien me veía, sería capturada, tratada como una monstruo, tal vez me convertiría en una criatura del zoológico. No era un riesgo pequeño. Pero mi soledad me hizo afrontarlo. Podría hacerlo.

Y aún así, la gente pasaba junto a mí, parecía mirarme, pero sin verme.

¿Me atrevería a coger el metro? Me atreví. Era el único modo. Encontré la estación que había visto tantas veces desde mi ventana, y de nuevo volvió a mí la idea de que me metieran en un zoológico y que mis amigos fueran allí de excursión para verme, compré un bono de metro y esperé al siguiente tren.

Cuando llegó, no estaba abarrotado. La hora punta había pasado. A pesar de todo, me senté separado de los demás pasajeros, cogiendo el peor asiento en la parte de atrás. Miré por la ventana. Aun así, una mujer de un asiento cercano se apartó cuando me senté. La observé, reflejada en el cristal, cuando pasó a mi lado, conteniendo el aliento. Hubiera podido ver mi reflejo animal si hubiese mirado. Pero no lo hizo, simplemente continuó, dando bandazos contra el movimiento del tren, arrugando la nariz como si oliera algo desagradable. Se fue a la parte más lejana del vagón a sentarse, pero no dijo nada.

Entonces lo entendí. ¡Por supuesto! Hacía calor. Con mi bufanda y mi grueso abrigo, parecía una indigente. Eso es lo que creían que era, la gente en la calle y en el tren. Por eso no me habían mirado. Nadie miraba a los indigentes. Era invisible. Podría caminar por las calles, y mientras mantuviera la cara algo escondida, nadie repararía en mí. Era libre, en cierto modo.

Envalentonada, miré a mi alrededor. Bastante segura, nadie me miraba a los ojos. Todo el mundo miraba sus libros, o a sus amigos, o simplemente... a otro lado.

Llegué a la calle Spring y salí, no tan cuidadosamente esta vez. Me abrí paso por las calles más iluminadas, ajustándome la bufanda alrededor del cuello, ignorando la sofocante sensación, y quedándome a un lado. Mi mayor miedo era que Roseanne me viera. Si hubiera cometido el error de hablar de mí a alguien, seguramente se habrían burlado de ella. Y por tanto estaría deseosa de señalarme, para que supieran que no mentía.

Llegué al apartamento de Jimin. Tenía portero, así que no podía ir por el vestíbulo. De todos modos no quería, no quería tratar con la luz, las caras, el hecho de que la fiesta se estuviera celebrando sin mí, como si yo no importara. Había un gran macetero junto a la puerta. Esperé hasta que no hubo nadie cerca, luego me deslicé debajo, poniéndome cómoda. Un perfume familiar llenaba el aire, y levanté la mirada hacia la planta. Jackson habría estado orgulloso de mí por notarlo.

La fiesta probablemente habría empezado alrededor de las ocho, o incluso a las nueve, los últimos estaban entrando. Yo miraba como si la fiesta fuera un programa de cámara oculta, viendo cosas que se suponía no debía ver, chicas sacándose la ropa interior de sus traseros, o tomando una última dosis de algo antes de entrar en el edificio, tipos hablando de lo que tenían en los bolsillos y que usarían más tarde. Podría haber jurado que algunos de mis amigos miraron hacia mí, pero nadie me vio. Nadie gritó, "¡monstruo!" A nadie siquiera parecía importarle. Estaba bien, pero mal al mismo tiempo.

Y entonces llegó ella. Roseanne. Tenía los labios pegados a Bae Su-ji, una de las chicas de último año, en un gran Despliegue Público de Afecto mostrado ante mis ojos como una película clasificada para mayores. Podían hacerlo delante de mí porque yo era, una vez más, invisible. Comencé a preguntarme si tal vez en realidad lo era. Finalmente, entraron.

Así fue cómo pasó la noche. La gente venía. La gente se iba. Alrededor de

medianoche, cansado y demasiado acalorado, pensé en largarme. Pero entonces fue

cuando oí una voz familiar a unos pasos por encima de mi cabeza.

-Una fiesta salvaje, ¿eh? -Era Taehyung.

Estaba con otro antiguo amigo mío, Lim Jae-beom.

-La mejor -dijo Jae-beom-. Mejor aún que la del año pasado.

-¿Cuál fue la del año pasado? -dijo Taehyung-. Probablemente estoy demasiado hecho polvo como para recordarlo.

Me acuclillé más aún, deseando que se fueran. Entonces oí mi nombre.

-Ya sabes -dijo Jae-beom-. El año pasado, cuando Lalisa Manobal trajo a esa guarra que se pasó la mitad de la noche con la mano en sus pantalones.

Taehyung se rió.

-Lalisa Manobal, un nombre del pasado. La buena de Lisa.

Me sentí a mí misma sonreír y acalorarme más aún en mi largo abrigo.

-Sí, ¿qué habrá sido de ella? -dijo Jae-beom.

-Se fue a un internado.

-Supongo que pensaba que era demasiado buena para nosotros, ¿eh?

Me quedé mirándolos, especialmente a Taehyung, esperando que me defendiera.

-No me sorprendería -dijo Taehyung-. Siempre pensó que era muy buena cuando estaba aquí: la señorita... Mi-Padre-da-las-noticias.

-Qué gilipollas.

-Sí. Me alegro de que la tipa se fuera -dijo Taehyung.

Aparté la cara de ellos. Finalmente, se marcharon.

Mi cara, mis orejas ardían. Todo había sido una mentira... mis amigos en Tuttle. Mi vida entera. Qué diría la gente si me viera ahora... me habían odiado incluso cuando era guapa. Aún no sé cómo llegué a casa. Nadie reparó en mí. A nadie le importó. Kendra había tenido razón, en todo.

𝕭𝖊𝖘𝖙𝖎𝖆𝖑 (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora