𝟻

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Llevábamos allí una semana cuando encontramos el trineo. Fue Jennie quien lo encontró temprano una mañana, sobre el estante de un armario, y soltó un chillido que nos sacó a todos de nuestros cuartos para ver qué animal la había atacado. En cambio, la encontramos señalando.

-¡Mira!

Miré.

-Es un trineo.

-Lo sé. ¡Nunca he tenido un trineo! ¡Sólo he leído sobre ellos!

Luego comenzó a dar saltitos hasta que lo bajé del estante para ella. Ambas lo miramos. Era un trineo grande, ligero, de madera pulida con rieles pocos usados de metal y las palabras "aviador flexible" pintadas en él.

-Aviador Flexible. ¡Realmente debe volar al deslizarse cuesta abajo por la colina!

Sonreí. Habíamos hecho un ejército de muñecos de nieve ("La gente de la Nieve", les llamaba Jennie) en los últimos días, y justo el día anterior, me había levantado temprano para limpiar una sección del estanque para patinar. Jennie había bajado, horas más tarde, para encontrarme todavía con mi pala. Limpiar el estanque había sido un trabajo duro. Pero valió la pena cuando ella exclamó:

-¡Patinar sobre un estanque! ¡Me siento como Jo March!

Y yo sabía exactamente lo que quería decir, porque me había obligado a leer Mujercitas hacía algunas semanas, aunque fuera un libro de chicas.

Ahora al mirar el trineo, recordé. Mi padre lo había comprado cuando yo era pequeña, cinco o tal vez seis años. Era un trineo grande, de la clase que soportaría a más de una persona. Yo había estado de pie en lo alto de una colina aparentemente infinita, con miedo de bajar sola. Era un fin de semana, así que otros chicos lo hacían, pero eran mayores que yo. Vi a otro padre y a su hijo. El padre se colocó sobre el trineo, luego dejó que su hijo se sentara delante de él y lo abrazó.

-¿Puedes ir conmigo? -había pedido.

-Lalisa, no es un trecho muy grande. Esos otros chicos lo están haciendo.

-Son chicos mayores. -Me pregunté por qué me había traído si no quería montar en trineo.

-Y tú eres mejor, más fuerte. Puedes hacer todo lo que ellos hacen. -Comenzó a ponerme sobre el trineo, y yo me eché a llorar. Los demás niños nos miraban. Papá dijo que era porque me portaba como una bebé, pero yo sabía aún entonces que era por lástima, y me negué a ir sola. Finalmente, papá ofreció a uno de los chicos mayores cinco dólares para que subiera conmigo. Después de esa primera vez, perdí el miedo. Pero no había subido a un trineo en años.

Ahora lo acaricié.

-Vistámonos. Iremos ahora mismo.

-¿Me enseñarás cómo?

-Por supuesto. Nada podría hacerme más feliz. -Nada podría hacerme más feliz. Desde que estaba con ella, notaba que había comenzado a hablar de forma diferente, elegante y pretenciosa, como los personajes en los libros que ella adoraba, o como Jackson. ¡Y era cierto lo que decía! Nada podría hacerme más feliz que la idea de estar de pie con Jennie en lo alto de una colina nevada, ayudándola con el trineo y tal vez... si ella me dejaba... yendo con ella.

Ella llevaba su batín rosa, y se inclinó para pulir el riel del trineo con el cinturón.

-Vamos -dije.

Una hora más tarde, estábamos en lo alto de la misma colina a la que había subido con mi padre. Le mostré como echarse, la cara por delante sobre el trineo.

𝕭𝖊𝖘𝖙𝖎𝖆𝖑 (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora