𝟸

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Esa noche, cuando me echaba al borde de la cama para dormir, oí un ruido. Puse mis manos sobre mis oídos ya que tenía la intención de no levantarme. Pero entonces oí la caída del cristal, y me puse de pie.

El invernadero. Alguien invadía mi invernadero, mi único santuario. Sin vestirme aún, corrí a mi sala de estar y abrí de un tirón la puerta que conducía al exterior.

-¿Quién se atreve a molestar a mis rosas?

¿Por qué dije eso?

El invernadero estaba bañado por la luz de la luna y las farolas, más brillante aún por el agujero en uno de los paneles de cristal. Una figura entre sombras estaba en la esquina. Había escogido un mal sitio de entrada, cerca de un enrejado. Este se había caído y yacía en el suelo, con las ramas de rosas rotas, y rodeado por la suciedad.

-¡Mis rosas! -Arremetí al mismo tiempo que él se abalanzaba hacia el agujero en la pared. Pero mis piernas de animal eran demasiado rápidas para él, demasiado fuertes. Hundí mis garras en la suave carne de su muslo. Soltó un aullido.

-¡Déjame ir! -gritó-. ¡Tengo un arma! ¡Dispararé!

-Atrévete. -No sabía si yo era inmune a los disparos. Pero mi pulsante cólera, que palpitaba por mis venas como fuego en la sangre, me hizo fuerte, me hizo indiferente. Había perdido todo lo que tenía para perder. Si perdiera mis rosas también, yo bien podría morir. Lo lancé al suelo, luego me eché encima de él, forcejeando sus brazos hacia el suelo mientras curioseaba los objetos de sus manos.

-¿Era esto con lo qué me ibas a pegar un tiro? -gruñí, blandiendo la palanca que le había quitado. La sostuve en alto-. ¡Bang!

-¡Por favor! ¡Déjame ir! -gritó-. Por favor no me comas. ¡Haré lo que sea!

Entonces en ese instante recordé mi aspecto.

Creía que yo era una monstruo. Creía que molería sus huesos para hacer con ellos mi pan. Y tal vez lo era, y lo haría. Me reí y lo apresé fuertemente con una llave en la cabeza para evitar que luchara contra mí. Sosteniendo sus brazos con mi pata libre, lo arrastré por la escalera, un piso, luego dos, dirigiéndome al quinto piso, a la ventana. Sostuve su cabeza hacia afuera. A la luz de la luna, podía ver su rostro. Me parecía conocido. Probablemente acababa de verlo en la calle.

-¿Qué vas a hacer? -jadeó el tipo.

No tenía idea. Pero dije.

-Voy a dejarte caer, cabrón.

-Por favor. Por favor, no lo hagas. No quiero morir.

-Como si me importara lo que quieres. -No iba a dejarlo caer, no realmente. Eso traería a la policía allí, con todas sus preguntas, no podía pasar por eso. Ni siquiera podía llamarlos para que lo detuvieran. Pero quería que él pasara miedo, que temiera por su vida. Le había hecho daño a mis rosas, la única cosa que me quedaba. Quería que se meara de miedo en los pantalones.

-¡Sé que te importa! -El tipo temblaba, no sólo de terror, comprendí, sino también porque sufría un bajón. Un drogadicto. Puse mi mano en su bolsillo buscando las drogas que sabía que estaban allí. Las arranqué de allí junto con su licencia de conducir.

-¡Por favor! -Todavía pedía-. ¡Déjame vivir! ¡Te daré cualquier cosa!

-¿Qué tienes tú que yo querría?

Se retorció y pensó.

-Drogas. ¡Puedes quedarte con estas! ¡Puedo conseguirte más, todas las que quieras! Tengo muchos clientes.

Ah. Un pequeño hombre de negocios.

-No tomo drogas, basura. -Eso era cierto. Era demasiado aterrador como para hacer una locura, como salir, si estuviera drogada con algo. Lo empujé más fuera de la ventana.

𝕭𝖊𝖘𝖙𝖎𝖆𝖑 (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora