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Hay que decir que Jackson y yo nos hicimos amigos durante la semana siguiente, a costa de la tarjeta de crédito de papá. Pedimos libros primero, porque yo era una estudiante seria ahora. Libros de texto, pero novelas también, y versiones en Braille para Jackson. Era bastante guay verlo leer con las manos. Compramos muebles y una radio por satélite para la habitación de Jackson. Intentó decir que no deberíamos gastar tanto, pero no discutió con mucha insistencia.

Se lo conté todo a Jackson acerca de Kendra y la maldición.

— Ridículo —dijo—. No existen las brujas. Será una enfermedad.

— Eso lo dices porque no puedes verme, si pudieras creerías en las brujas.

Le dije cuánto necesitaba encontrar un amor verdadero para romper la maldición. Incluso aunque dijo que no, creo que finalmente comenzó a creerme.

— He elegido un libro que creo te gustará —Jackson señaló a la mesa. Cogí el libro, El Jorobado de Notre-Dame.

— ¿Estás loco? Tiene, como, quinientas páginas.

Jackson se encogió de hombros.

— Échale un vistazo, tiene mucha acción. Si resulta que no eres lo suficientemente inteligente como para leerlo, entonces buscaremos otra cosa.

Pero lo leí. Las horas y los días pasaban y yo leía. Me gustaba leer en las habitaciones de la quinta planta. Había un sofá antiguo que empujé hasta la ventana. Me quedaba sentada durante horas, algunas veces leyendo, otras observando el paso de la gente de camino a la estación de metro o yendo de compras, la gente de mi edad yendo a la escuela o haciendo novillos. Sentía como si los conociera a todos.

Pero también leía acerca de Quasimodo, el jorobado, que vivía en la catedral de Notre-Dame. Por supuesto, sabía por qué Jackson había sugerido el libro, porque Quasimodo era como yo, encerrada lejos de todo. Y en mi habitación de la quinta planta, mirando por encima de la ciudad, me sentía como él. Quasimodo observaba a los parisinos y a una bella chica gitana, Esmeralda, que bailaba abajo a lo lejos. Yo observaba Brooklyn.

— Ese autor, Víctor Hugo, debe haber sido un tipo divertido —le dije a Jackson en una de nuestras tutorías—. Creo que me hubiera gustado irme con él de fiesta.

Estaba siendo sarcástica. El libro era absolutamente deprimente, como si el autor odiara a la gente.

— Era subversivo —dijo Jackson.

— ¿Por qué? ¿Porque hizo que el cura fuera el malo, y que el feo fuera el bueno?

— Eso es parte de la cuestión. Mira, tú eres lo suficientemente lista como para leer este libro tan largo.

— No es un libro difícil —sabía lo que Jackson estaba intentando hacer... animarme a leer algo más difícil aún. Aun así, sonreí para mí misma. Nunca me había considerado inteligente. Algunos de mis profesores decían que lo era, pero que no
tenía buenas calificaciones porque no me "esforzaba" demasiado, una de esas cosas que dicen los profesores y que te crean problemas con tus padres. Pero quizás fuera cierto. Me pregunté si quizás el ser fea me hacía más inteligente. Jackson decía que cuando la gente es ciega, los otros sentidos... como el oído y el gusto... se hacen más fuertes para compensar. ¿Será posible que sea más inteligente para compensar mi monstruosidad?

Normalmente, leía por las mañanas, y hablábamos por las tardes. Jackson me llamaba alrededor de las once.

Un sábado, no me llamó. No me di cuenta al principio porque estaba leyendo una parte importante del libro, donde Quasimodo rescata a Esmeralda de la ejecución, después se la lleva a la catedral gritando "¡Santuario! ¡Santuario!". Pero aunque Quasimodo rescata a Esmeralda, ella ni siquiera puede mirarlo. Es demasiado feo.

𝕭𝖊𝖘𝖙𝖎𝖆𝖑 (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora