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Habían pasado ya dos semanas desde el incidente con Ulises, comenzaba a asimilar la idea de que él no quería ser ayudado y que, por más que yo quisiera, no iba a poder hacerlo si él no me lo permitía.

También había iniciado mis terapias y podría decir que a este punto me sentía un poco más tranquila conmigo misma, la muerte de mi padre a mis doce años me afecto muchísimo y nunca le dije a nadie como es que me sentía.

Me encontraba sentada en la silla detrás del aparador de la tienda que mi madre tenía. Ella había salido con mi tío a surtir cosas que hacía falta en la tienda y yo me había quedado atendiendo.

Las ventas estaban muy flojas casi al medio día y aun más siendo domingo, así que era mi oportunidad para ponerme a leer. Tenía la mirada inmersa en el libro y toda mi concentración puesta en las letras, ya solo me faltaban tres capítulos para el gran final cuando escuche la campana de la entrada sonar.

Salí de mi ensoñación y puse un pequeño papelito en la hoja que me había quedado para no perder la página. Al dejar el libro en la vitrina tumbé un par de sopas instantáneas y maldije en voz baja al agacharme a recogerlos.

Estire la mano por la rendija intentando alcanzar un bote de debido de la vitrina, afortunadamente lo había alcanzado después de varios intentos.

—¿Nicole? —Dijo una voz ronca muy familiar.

Me levante bruscamente y golpee mi cabeza en el borde de la vitrina y caí al suelo sosteniéndome la cabeza sobándome con los ojos cerrados.

Abrí los ojos y me congelé al verlo ahí, de pie, con el ceño fruncido en un gesto confundido.

Insoportablemente atractivo.

—¿Ulises? —El corazón comenzó a latirme fuertemente—¿Qué haces aquí?

Rápidamente me levante y trate de encontrar una respuesta a mi pregunta, no creo que haya venido a comprar teniendo a mucha servidumbre.

Ulises lucia diferente, sus ojos se veían cansados, su cuerpo derrotado, sus manos movían nerviosamente el bastón blanco de un lado a otro, pero a pesar de eso él lucia atractivo. Llevaba unos vaqueros ajustados negros y una sudadera azul cielo.

—Perdón por venir tan repentinamente.

La campanilla volvió a sonar, indicando que alguien había entrado.

—¡Nicole! —La mamá de Ulises me sonrió en cuanto me vio, era demasiado extraño tenerlos a ambos aquí.

Sonreí casi a la fuerza—Mi mamá no está, Samantha.

Ella frunció el entrecejo confundida—Solo vine a dejar a mi hijo. Tiene que hablar contigo; vendré a recogerlo más tarde, ¿Está bien?

¿Qué querrá hablar Ulises conmigo?

—Claro.

Rodee la vitrina y me coloque junto a Ulises insegura de tomarle de la mano para guiarlo a la silla en la que yo me encontraba sentada hacía unos minutos, pero él busco a tientas mi mano y yo se la di. Samantha me dirigió una sonrisa que no pude descifrar y salió del local.

Lo dirigí hacia el otro lado de la vitrina y lo hice sentarse. Nos quedamos en silencio unos instantes.

Era realmente incomodo haber querido decirle tantas cosas estos días, y no tener el valor de decir ni una sola de ellas ahora que lo tenía frente a mí. Los ojos de Ulises bailaban de un lado a otro, nerviosos.

Sabía que no podía ver, pero su mirada lucia muy pero muy nerviosa.

Él apretó el bastón entre los dedos y dijo en voz baja.

—Lo siento.

Fruncí el ceño.

—Fuiste muy inmaduro—Me lleve una mano a la boca cubriéndola por haber semejante estupidez, pero él no se molestó como creí que lo haría.

—Tengo diecinueve años, no esperes que actúe con madurez—Dijo en voz baja—Nunca he sido maduro y me temo que nunca podre serlo.

Una media sonrisa se asomó en sus labios.

—La madurez no te la dan los años, sino todas esas experiencias que tenemos en la vida.

—Lo sé y a veces suelo comportarme como un niño de cinco años, ya sabes. —Sonrió—Suelo lanzar zapatos, almohadas y más cosas al aire.

Sonreí.

—Las rabietas de un niño de cinco no son lo mío, perdón por cómo te hablé—Admití.

—Tranquila—Suspiro—Escucha Nicole, lamento haber sido un idiota, no era mi intención hablarte como lo hice ese día, sé que tu molestia surgió debido a que no te explique, pero cuando quise levantarme y hacer las cosas por mi cuenta, me caí y ahí es cuando me volví a sentir un tremendo invalido.

—No fue tu culpa.

—Ni tampoco la tuya Nicole y, sin embargo, te culpe.

Aquello me tomo por sorpresa completamente.

—¿Me culpaste?, ¿Por qué?

—Te culpe por devolverme una fe que no debía tener, te culpe por hacerme querer levantar de la cama y hacer otra cosa que no fuera esperar a que cayera la noche para morir más pronto.

Baje la mirada un instante mientras meditaba sus palabras.

—Pero también te agradezco, al hablarme con dureza entendí que o aprendo del pasado o huyo, he empezado a ir con alguien especializado para que me ayude con todo lo que siento y tengo,
pero quisiera que fuéramos amigos.

—¿Crees en el destino? —Pregunte.

Ulises inclino la cabeza hacia a un lado mientras fruncia el ceño con confusión—¿A qué viene eso?

Sonreí, ahora mismo me parecía a mi mama cuando ella me decía que me pasaban las cosas, por el destino y yo siempre le decía que eso era loco, ahora creo que en verdad exista el destino, de lo contrario no pensaría en él las veinticuatro horas del día.

—¿Crees o no en el destino, Ulises?

Él lo pensó un instante o mejor dicho parecieron minutos convertidos en horas.

—Sí.

—Mi madre siempre me dice que si pasan las cosas no son por simple casualidad, que en realidad lo que vivimos es porque debe ser así, si nos peleamos e hicimos nuestras rabietas de cinco años es porque estaba destinado encontrar en este lugar tú y yo.

Ulises sonrió.

—El destino me puso en el camino a una chica loca.

Rei levemente—Pues déjame decirte que el destino me puso a mí a un chico...—Guarde silencio, estaba a nada de decirle que era guapo.

—¿Un chico que Nicole? —Pregunto burlón.

—Un chico muy preguntón.

Él rio conmigo, aun no era el momento para ser tan cursi, pero esperaba que el destino pudiera permitirnos ser algo en un futuro.

Esa tarde la pasamos muy bien, Ulises me contaba sus anécdotas de pequeño y yo me reía con cada gesto que hacía, le conte sobre mi padre, mi madre y creo que también le hable de mi pez. Había pasado mucho tiempo que no me sentía en confianza con alguien.

Sin duda alguna, Ulises era una buena compañía.

Aunque No Pueda Verte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora