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🤍 Capítulo Final 🩵

La semana pasó tortuosamente lenta.

Las tareas me tenían completamente absorta y no tuve tiempo de ver a Ulises antes.

Me había vuelto a llamar en el transcurso de la semana, pero no había podido reunirme con él antes.

La promesa de estar ahí el viernes en su operación, era algo que mantendría firme.
Cuando salí de clases, me precipité al hospital donde lo operarían.

Sabía que lo tendrían ahí desde temprano y necesitaba hablar con él antes de la operación, así que me dirigí allá lo más rápido que pude.

Subí al autobús y los recuerdos comenzaron a invadirme. La primera vez que lo vi, sentado en su cama, furioso como solo él sabe; la primera vez que nos besamos; la noche en la que me pidió que fuera su novia, todas las promesas hechas, los besos, las caricias, las peleas, los detalles, las sonrisas cómplices; la primera vez. En su cama, entre sus brazos.

El nudo de mi garganta incrementó y me obligué a apartar las lágrimas de mi rostro.

No podía llorar. No más. No ahora.

Ulises era, y siempre sería, el amor de mi vida y dolía no estar a su lado, pero lo aceptaba.

Aceptaba el hecho de no estar con él, porque él estaba bien. Si él estaba bien, yo también lo estaba.

Cuando llegué al hospital, me dirigí directamente a la sala de espera de los quirófanos.

Samantha me miró y una sonrisa se deslizó por su rostro.

—¡Nicole! —exclamó mientras me abrazaba.

—H-Hola —tartamudeé.

—¡Has venido! —dijo la voz de Melissa, detrás de mí.

Otros brazos me envolvieron por la espalda. —No me lo perdería por nada. -dije, con la emoción a flor de piel.

Samantha contenía un par de lágrimas y yo sonreí con nostalgia. Extrañaba muchísimo a éstas dos mujeres en mi vida. Ambas muy importantes para mí.

—¿Crees que pueda pasar a verlo antes de la operación? —pregunté a Melissa.

—¡Claro!, Está en la habitación doscientos tres!, ¡Te llevo! —dijo ella mientras me tomaba del brazo y comenzaba a llevarme por el corredor.

Nos detuvimos frente a la puerta y cerré los ojos.

Los recuerdos de su accidente me golpearon y sentí un dolor terrible en el estómago. Aún me dolía el pensar que pudo haber muerto.

—¡Ulises!, ¡Adivina quien está aquí! —canturreó Melissa hacia la habitación, sacándome de mis pensamientos.

Alcé la vista y lo miré.

Sus ojos estaban fijos en la nada, sus labios rojos y gruesos estaban entreabiertos, su piel blanca lucía saludable, unas pequeñas sombras debajo de sus hombros delataban su falta de sueño.

Su cabello largo y rizado lucía más largo de como lo recordaba y vestía una bata de hospital.

—Hola —dijo con su voz ronca.

—H-Hola —tartamudeé.

—Viniste. —dijo. Una media sonrisa se deslizó por sus labios, marcando un hoyuelo.

—Te dije que vendría. —dije, intentando dejar que la emoción no se filtrara por mi voz.

—Yo estaré afuera, por si necesitan algo. —se despidió Melissa.

Aunque No Pueda Verte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora