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Cuando el insomnio te juega malas pasadas, hay que intentar hacer la madrugada entretenida

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Cuando el insomnio te juega malas pasadas, hay que intentar hacer la madrugada entretenida.

Para variar, el insomnio de Olivia estaba más que presente en aquella oscura madrugada. Se encontraba sentada en la cama, mirando por la ventana cómo las gotas de lluvia hacían carreras a lo largo de los cristales. Mientras, en su cabeza no se paraban de repetir los tan asfixiantes y agonizantes conflictos que se estaban desarrollando en su vida en ese instante. Era aburrido, y ella estaba cansada de todas las noches la misma historia.

Se dio un suave golpe en la cabeza con la pared que mantenía su espalda recta, queriendo expresar lo hastiada que estaba. Quería dormir. Quería dejar sus problemas de lado. Quería que dejase de llover de una maldita vez. Pero siempre era lo mismo: quería, quería y quería, y nunca pasaba nada.

Miró el reloj de su mesilla de noche, que en ese preciso instantes cambió su último dígito y pasaron a ser las 03:33 de la madrugada.

Dejó escapar una pequeña carcajada que acabó saliendo como un suspiro. De niña escuchó que esa era la hora del diablo, y alguna que otra vez que aguantó hasta tan tarde despierta y fue capaz de ver la hora, se quedaba durante ese minuto entero mirando expectante y aterrada toda la habitación. Ahora le parecía una chorrada, un cuento de niños. Así que, con el insomnio dejando sus ojos completamente abiertos, decidió hacer de alguna forma la noche más entretenida. Aunque solo fuese por un minuto.

—Oh, señor del mal. Oh tú, que desde el infierno nos observas. Te entrego mi alma a cambio del corazón de un demonio sexy que haga de mis días más pecaminosos y divertidos —dijo con burla, y acto seguido, sin ser algo que ella tenía previsto, se mordió el labio, pero la fuerza fue tanta, que una hilera de sangre comenzó a bajar desde su labio inferior hasta su barbilla.

Llevó su dedo índice hasta donde se hallaba la sangre y quitó un poco de esta. Vaya, no pensó que sangraría. Bueno, por pensar, ni siquiera había pensado en morderse el labio. Simplemente pasó.

Se miró el dedo ensangrentado por unos segundos y después comenzó a quitarse con el mismo índice, el resto de sangre que se quedó en su barbilla. Cuando lo hizo, dejó su mano tendida en el aire para que el dedo no tocase nada y churrepeteó su labio con intención de que no saliese más sangre. Pero su lengua chupando su labio inferior no fue la única que sintió. Su dedo, ese que estaba lleno de sangre, era sostenido por unos suaves labios y envuelto en una lengua caliente, tan caliente que incluso le ardió el dedo por unos instantes.

Se quedó estática y dejó su mirada fija en la pared que tenía en frente. No se atrevía a mirar a quien fuera que estuviese ahí a su lado, con su dedo dentro de la boca. No entendía nada, y su cuerpo temblaba del miedo. ¿Realmente había invocado a algo? ¿Iban a matarla? ¿Algún loco se había colado en su casa? No tenía la respuesta a ninguna de aquellas preguntas, pero fuese lo que fuese, sabía que no le iba a gustar.

En cuanto su dedo fue liberado se llevó la mano corriendo hacia su pecho. Su respiración era entrecortada y sus latidos iban a una velocidad inimaginable. Estaba aterrorizada, y no sabía si debería mirar o si mantener sus grisáceas orbes en la pared. No sabía si debería de huir. No sabía si debería de atacar. No sabía qué hacer.

Al final, arrastró sus ojos hacia el lado, pero allí, no había nadie.

Al final, arrastró sus ojos hacia el lado, pero allí, no había nadie

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