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Cuando estés en un aprieto, con una mentira es fácil resolverlo

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Cuando estés en un aprieto, con una mentira es fácil resolverlo.

Olivia todavía seguía algo confusa por la revelación de Lucas. Sabía que iba a costarle mucho asimilar la situación. A fin de cuentas, no todos los días te besas con el hijo de Lucifer...Literalmente hablando. Pero, para mala suerte de la joven, asimilar esa información no era el mayor de sus problemas. Ahora mismo, su mente divagaba más en el entorno de tensión que se dibujaba en su casa. Cuando la veían, su padre le era totalmente indiferente, y su madre, después de mirarla durante unos segundos, debía irse de forma apresurada porque los ojos se le ensuciaban en lágrimas. Tan solo podía agradecer que tenía de su lado a la pequeña Amelia. Ella no era consciente de la nube negra que se había posado en su hogar, y seguía yendo de un lado a otro para poder jugar con su hermana.

—Liv, ¿sabes que eres la persona a la que más quiero?

Olivia sonrió.

—Tú también eres la persona a la que más quiero.

Amelia estaba tumbada con la cabeza en el regazo de su hermana mientras esta le hacía suaves caricias en el pelo. Le tarareaba una canción, y la pequeña luchaba para mantener los ojos abiertos, aunque finalmente se rindió y se fue al mundo de los sueños.

Olivia le dio un cálido y suave beso en la frente una vez dormida y salió de la habitación de su hermana. Cerró la puerta tras de sí, con cuidado de no despertarla, y miró el largo y oscuro pasillo que se alzaba ante ella. 

No era demasiado tarde, y no sentía por ningún lado la presencia de Lucas, por lo que pensó que ese sería el momento adecuado para hacerlo. Se dirigió rápido a su cuarto y sacó de su joyero una llave antigua, y con esta en mano, volvió a emprender camino por la mansión hasta que llegó al sótano. Allí la recibió una hermosa puerta de madera, que tenía tallada en el centro dos iniciales. A.D. Olivia las acarició, y después metió la llave. La giró con cautela para que no la escuchasen arriba, y una vez abierta, se metió dentro de la oscuridad que albergaba la habitación.

Buscó a tientas el interruptor y consiguió que se hiciese la luz. Tuvo que parpadear unas cuantas veces para acostumbrarse al cambio, y por fin pudo ver con sus ojos el entorno que la rodeaba. Esa habitación en la que, después de lo ocurrido, nunca se volvió a meter. Pero allí estaba. Erguida. Con la vista bailando por todos los muebles. Sin que sus ojos se empañasen ante el recuerdo.

Una vez hecha una inspección vaga con la vista, caminó hasta el escritorio y se sentó en la silla. Con una sonrisa triste se fijó en el papel que había junto con un montón de pinturas escampadas. Era un dibujo en el que apenas se podía apreciar qué era lo que había dibujado, pero ella se acordaba perfectamente de los trazos, y sabía que era Vanille, la preciosa caniche que murió hacía dos años, y que toda la familia adoraba. Toda la familia.

Sin necesidad de mirar, cogió del mismo escritorio, una caja de música con forma ovalada, de un color azul profundo con destellos dorados, que simulaban el cielo nocturno. Lo analizó desde su mano con suma lentitud y abrió la parte de arriba, de donde salió la figura de un ángel que sujetaba la luna en sus brazos, como si se tratase de un bebé acunado. Dio vueltas a la manilla y una tranquila melodía inundó el silencio oscuro de la habitación. La joven tarareó la canción que se sabía de memoria, y cuando quiso darse cuenta, una gota de agua cayó encima del ángel.

Olivia estaba llorando.

El sonido de unas pisadas la alertó y enseguida se secó las lágrimas y se puso de pie arrastrando la silla. Miró hacia la puerta, la cual se había olvidado de cerrar cuando entró, y vio aparecer al ama de llaves. Saber que se trataba de ella y no de su madre la alivió, aunque sabía que seguía en un aprieto.

—Señorita Dubois, ¿qué hace aquí? Sabe que la entrada al sótano está totalmente prohibida por su madre —dijo la mujer reprendiéndola.

—Oh, Clarisse, verá. Lo que ocurre es que recordé que aquí estaba un peluche de cuando Amelia no era más que una bebé regordeta, y quise venir a por él para dárselo. No se acordará de él, pero a ella le encanta que le hablemos de cuando era pequeña, y estoy segura que tener ese peluche le alegrará un montón. —Puras patrañas. Allí ni siquiera había un peluche de Amelia, pero sabía que su hermana pequeña era el punto débil de casi todo el personal de la casa, y que, por lo tanto, lo más probable es que dejase pasar por aquella vez que ella estuviese allí abajo.

Como predijo, los ojos de la ama de llaves se iluminaron por unos segundos y pareció olvidarse por unos instantes de la situación que estaban viviendo.

—Qué bonito detalle de su parte, señorita Dubois, pero permítame la duda, ¿cómo ha entrado a la habitación?

Olivia sonrió con nerviosismo. No podía decirle que tenía una llave, pues sino se la quitarían y no podría volver a entrar nunca. Y ese era un gusto que no le daría a su madre.

—Claro, es una pregunta lógica. A fin de cuentas, no tengo llaves —recalcó sus últimas palabras mientras pensaba a la velocidad de la luz qué contestarle —. Pensé que, si lo decía, no me dejarían entrar, así que cogí unas horquillas y después de unos cuantos intentos conseguí abrirla. —Apartó la vista de la mujer rezando todo lo que sabía para que no le pillase la mentira.

Sin saber cómo era posible, la ama de llaves se creyó su hazaña.

—Bueno —suspiró la mujer —, por hacerlo por una buena causa, haré la vista gorda en esta ocasión, pero espero no tener que encontrármela aquí otra vez. Ya sabe lo que piensa su madre de esta habitación.

Asintió con la cabeza.

—Le prometo que no volverá a ocurrir. Gracias —dijo con palabras apresuradas, para después hacerle una pequeña inclinación de la cabeza en forma de despedida, y subir las escaleras como alma que lleva el diablo. No podía aguantar más esa conversación tan incómoda.

Una vez estuvo en su habitación, guardó a toda prisa la llave en su sitio y se sentó en la cama. En ese momento, en que estaba mucho más tranquila, se dio cuenta que el brillante estaba brillando.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —preguntó, y Lucas apareció tumbado en su cama. A su lado.

—El suficiente.

Olivia alzó una ceja. Temía lo peor.

—¿Has...

Lucas la interrumpió antes de que terminase la frase.

—No. Te noté agobiada, pero también sentí que querías estar sola, así que me quedé en la habitación a esperar a que quisieses que apareciese o que vinieses tú.

A Olivia se le encogió el corazón. En todo momento Lucas la respetó a ella y a su privacidad. La apoyó sin siquiera saber los motivos por los que lloraba. Nunca preguntó por sus demonios. No sabía nada, y, sin embargo, siempre estaba allí.

Lucas era Kamor. Un terrible demonio.

Pero para Olivia, él era su Ángel de la Guarda.

Y quizás debería de abrirse a ese ser que siempre estaba con ella.

Y quizás debería de abrirse a ese ser que siempre estaba con ella

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