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Cuando existe lo bueno y lo malo, debes quedarte con lo bueno y dejar escapar lo malo

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Cuando existe lo bueno y lo malo, debes quedarte con lo bueno y dejar escapar lo malo.

Ocho años atrás.

Las lágrimas danzaban en el velorio.

Una capa de oscuridad había recaído sobre la mansión Dubois, y no existía excepción de la devastación en ninguno de los presentes. Todos lloraban en añoranza de la pequeña Andrea, fallecida a los cuatro años por una terrible fiebre. Todos, menos Olivia. Ella no lloraba, y, por el contrario, mantenía una actitud seria y apartada. Observaba desde una esquina a todos, primordialmente a sus padres, que eran los protagonistas de la escena, todos puestos de negro y abrazándose en consolación mientras el resto se acercaba a darles el pésame.

Aquel que en un desliz dirigía la vista a la ahora, única hija del matrimonio, enseguida se dirigía hacia otro lado por lo que esa fría mirada en un cuerpo tan pequeño provocaba.

—¿Y mi pequeña? —preguntó Genevieve mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo. Su vista se alzó y buscó por toda la sala a su hija.

Olivia se acercó y se puso entre sus padres. Su madre le regaló una pequeña y triste sonrisa antes de sumergirla en un profundo abrazo. Todo el mundo se enterneció ante el acto de cariño de madre e hija.

Pasaron un par de horas antes de que el último invitado se marchase y se quedasen solos en la mansión la familia y el personal.

—¡Ni una lágrima! —exclamó Genevieve mirando a su hija —. Es el funeral de tu hermana y no has soltado ni una sola lágrima. ¿Cómo se te ocurre?

Olivia seguía con la misma mirada fría con la que había estado analizando a la gente con anterioridad.

—Pero Andy no está muerta.

Su madre suspiró en un intento de mantener la calma. Bajó sobre sus rodillas y se colocó a la altura de Olivia.

—Andrea ya no está, Olivia. Tienes que metértelo en la cabeza, porque si no lo haces, el resto no se lo creerá. Y eso es algo que no nos podemos permitir.

—Pero ella sí está, mamá. Está abajo.

—Andrea está muerta. No hagas que me enfade. —La mujer se levantó y se puso al lado de su marido, que miraba todo sin mediar palabra.

Olivia bajó la vista con el ceño fruncido. Tenía once años, ya no era tan niña, y su hermana lo era todo para ella. Sus padres lo sabían, y aunque le contaron la verdad, la trataron como si fuera una niña tonta que no se enteraba de nada.

—Clarisse —llamó Genevieve —. Por favor, llévate a Olivia a su habitación. Ya es tarde y necesita descansar.

El ama de llaves cumplió lo dicho. Se llevó a la niña y la dejó en la cama arropada, lista para dormir. Pero ella no tenía sueño, y mucho menos quería dormir. Solo quería ver a Andy.

Una vez la casa quedó en silencio y a oscuras, la pequeña aterrizó con los pies descalzos en el frío suelo, y se dispuso a buscar algo que iluminase su campo visual de manera tenue para poder pasar desapercibida. Lo único que encontró fue una linterna pequeña que dejaba a la vista, cuando la encendías, la silueta de uno de los dibujos animados que veía de pequeña. No era una buena linterna, y ni siquiera iluminaba demasiado, pero era suficiente para poder recorrer los pasillos de su casa sin que nadie se diese cuenta y no se estampase contra algo.

Bajó de manera sigilosa hasta el sótano, y con la linternilla buscó en las paredes la llave que abría la puerta que dejaba entrar a las profundidades del sótano. Consiguió cogerla después de varios intentos saltando, y finalmente, fue capaz de atravesarla.

No encendió la luz, y dejó que la figura que iluminaba la linterna hiciese pequeños círculos en el suelo.

—L-Liv. —escuchó su nombre de manera entrecortada y una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

Ahora que sabía que estaba despierta, buscó con la linterna, la lámpara de la mesilla para que viesen mejor. Cuando la encendió, Olivia pudo apreciar la figura de su hermana. Sus manos estaban, prácticamente inmóviles, la una junto a la otra. Su cara estaba demasiado delgada para su edad. Sus ojillos caídos brillaban. Y su sonrisa, era realmente un intento, con los labios torcidos de manera extraña hacia arriba.

—Hola, Andy —saludó Olivia mientras le acariciaba el pelo.

Desde ese día, Olivia frecuentaba mucho el sótano, que se había convertido en la habitación de su hermana. Solía ir en la noche, cuando la casa estaba a oscuras y la gente tenía dulces sueños, y se pasaba parte de la madrugada con su pobre hermana, quien, por su síndrome, le era muy complicado conciliar el sueño.

Esas noches en vela provocaron que la mayor no rindiese en el colegio lo suficiente y que siempre estuviese cansada, actitud que alertó a su madre. No tardó en averiguar sobre las visitas nocturnas de su hija, y su ira creció en cantidad. ¡Había desobedecido sus órdenes! Y ya no solo eso, sino que aquello podría hacer sospechar a alguien de la verdad, sobre todo si veían a Olivia en las condiciones de somnolencia en las que estaba.

Nadie podía enterarse de que Andrea seguía viva. Mucho menos de que había fingido su muerte por la vergüenza que esta le provocaba.

Solo sabían de esto el personal de la mansión y el equipo sanitario de la familia. Andrea vivió encerrada el resto de su vida, sin probar una bocanada de aire fresco y sin tener amigos, solo su hermana, su perrita Vanille y la enfermera que se encargaba de sus tratamientos y rehabilitaciones.

Olivia y su madre tuvieron muchas discusiones por el conflicto de intereses en cuanto a la pequeña Dubois se hablaba: Olivia quería estar con ella todo el tiempo que pudiese, y su madre quería todo lo contrario.

Pero Genevieve volvió a quedarse embarazada.

Habían pasado tres años en los que madre e hija no hacían más que discutir por el mismo tema, pero el embarazo consiguió que la madre recuperase la ilusión de su querida familia perfecta y dejó de tomarle importancia a todo aquello que refería a Andrea. Gracias a ello, Olivia volvió a pasar mucho tiempo con su hermana, sin necesidad de ir todo el tiempo a escondidas.

Olivia y Andy eran inseparables. Olivia siempre tenía algo preparado para que hiciesen. Le leía cuentos, ponía música y cantaba mirando a su hermana, e incluso, con ayuda de la enfermera, consiguieron que moviese los bracitos lo suficiente como para que pudiese hacer pequeños dibujos. Con esta nueva habilidad, Andy se acostumbró a expresarse con dibujos.

Fue muy triste cuando dibujó a su familia y sus padres tenían caras tan negativas. Andy decía que esa era su familia a la que quería mucho. Andy pensaba que las caras de vergüenza de sus padres eran algo bueno.

 Andy pensaba que las caras de vergüenza de sus padres eran algo bueno

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