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Cuando estés mal, recuerda que un abrazo de la persona que te ama, es lo más reconfortante del mundo siempre

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Cuando estés mal, recuerda que un abrazo de la persona que te ama, es lo más reconfortante del mundo siempre.

Estaba delirando. Sí, sin duda lo estaba haciendo. Pero para su lástima, no era por pasión desenfrenada—como Google decía—. No, sino que se trataba de una horrible fiebre que la mantenía postrada en la cama tiritando. Y sus delirios no tenían que ver con un sexy demonio, sino que en su cabeza se repetía una y otra vez aquel momento. Ese que hizo que llorase durante muchas madrugadas seguidas. Ese que hizo que sus ojos muriesen en vida. Ese que hizo que dejase de ser ella.

Su corazón comenzó a latir con fuerza, y aunque de normal sabría el motivo, esta vez solo se dejó hacer bolita en la cama mientras soltaba pequeños gemidos de dolor. Quería desaparecer. Le dolía todo el cuerpo, y peor aún, sus demonios no dejaban de atormentarla.

No tardó en aparecer Lucas, quien nada más verla, saltó a la cama, sentándose en sus rodillas al lado de ella. Colocó su mano en la frente de Olivia.

—Mierda, estás ardiendo. Y no en el sentido que me gustaría —masculló, apartándose un poco de ella.

Lo pensó durante unos segundos: realmente, podría utilizar sus poderes y hacer que sus males desapareciesen, pero si hacía eso, las repercusiones podrían ser catastróficas para los dos. En definitiva, no era buena idea.

Optó por la segunda idea que se le vino a la mente, siendo así que no tardase en coger a Olivia en brazos, como si de una princesa se tratase. Ella sin saber muy bien qué estaba pasando, se dejó coger y escondió su rostro en el pecho de Lucas. Él la miró, y ciertamente, la situación no era prometedora, pero verla en sus brazos, hizo que una pequeña y casi imperceptible sonrisa apareciese en sus labios.

Abrió la puerta que ya sabía que llevaba al lujoso baño de la habitación y dejó a Olivia sentada en el suelo. Encendió el grifo de la ducha, poniendo el agua lo más fría que pudo, y seguido se agachó para quedar a la altura de ella. Estaba claro que no podía mantenerse de pie sola más de dos segundos, por lo que tendría que meterse con ella.

Le quitó con rapidez el tierno pijama de conejitos y él se quitó la camiseta y los pantalones. Volvió a cogerla en brazos y se metió con ella en la cabina, manteniéndola sujeta por la cintura para que no se cayese.

—Vamos, princesita. Por favor.

El agua fría caía sobre en los dos, y poco a poco, la temperatura corporal de Olivia se fue regulando, siendo capaz de comenzar a ser consciente de qué estaba pasando. Giró un poco la cabeza, y su mirada se cruzó con la de Lucas, quien quitó una de sus manos de su cintura para acariciarle el rostro.

Salieron de la ducha y el demonio sentó a Olivia en el WC, cubriéndola con una toalla para que se secase. Le pasó otra toalla por el pelo, moviéndola en pequeños círculos para intentar secarlo. Después, cuando ya no le goteaba tanto, se puso él la toalla para secarse y salió del baño a buscar otra cosa para taparla. Se quedó unos minutos largos mirando el armario, rebuscando en todos los cajones, sin saber qué narices debería coge. Al final encontró un camisón amarillo pastel, y cuando iba a meterse otra vez en el baño, se dio cuenta que la había metido en ropa interior y que en consecuencia, estaba mojada, por lo que volvió al eterno armario. No pudo evitar sonreír cuando vio que toda su ropa interior era de dibujitos, aunque cambió la cara cuando cotilleando toda esta, al final del cajón, encontró un par de conjuntos interiores de encaje. Levantó una ceja y pasó uno de sus dedos por la suave tela de uno de estos, siendo inevitable que a su mente le viene la imagen de Olivia con eso puesto, estando los dos solos en la habitación. 

—No es el momento —se dijo a sí mismo, cerrando el armario y volviendo su camino al baño.

—Tengo frío —susurró Olivia en cuanto Lucas apareció.

—Tranquila, te traigo ropa.

Lucas fue a dar el último paso para quedar a la distancia necesaria como para vestirla, y se dio cuenta que aquello significaba quitarle la ropa interior. Y bueno, era un demonio, verla desnuda, y encima ser él, el que se la quitase, posiblemente haría que perdiese el autocontrol que estaba teniendo.

—¿Puedes ponerte la ropa interior tú sola? No quiero que te sientas incómoda por verte desnuda.

Ella le miró durante unos segundos, conectando sus miradas, y acabó asintiendo de manera floja, por lo que él le dio con rapidez la ropa y salió del baño escopetado. «No es el momento.» Se decía.

Mientras tanto, Olivia, aún con el cuerpo pesándole y con un leve dolor de cabeza, consiguió cambiarse de ropa interior sin demasiado esfuerzo, pero el problema se lo encontró para ponerse el camisón. Se quedó mirándolo fijamente durante unos largos segundos, y acabó cogiéndolo entre sus manos con delicadeza. Lo olió y se lo abrazó al pecho. Poco después, sus piernas cedieron y acabó sentada con las rodillas pegadas al pecho, abrazando el camisón y con lágrimas silenciosas recorriendo sus mejillas. Ahora su dolor no era por la fiebre, era por algo peor. Los malos recuerdos volvieron a amontonarse. Y Lucas, desde el otro lado de la puerta lo notó, por lo que abrió la puerta de par en par, y sin decir ni una sola palabra, se agachó y dejó que Olivia llorase en su pecho hasta que el cansancio y la fiebre pudieron con ella y se quedó dormida.

Horas más tarde, sin todavía haber salido el sol, la castaña sintió unos labios en su frente y una mano en su cintura, pero cuando quiso acariciar la mano y abrazarla contra ella, el tacto había desaparecido y el demonio ya no estaba.


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