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Cuando dices en voz alta tus pesadillas, los sueños vendrán a salvarte

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Cuando dices en voz alta tus pesadillas, los sueños vendrán a salvarte.

Lucas la miraba atentamente. No quería decir palabra, pues veía a la joven muy ensimismada en sus pensamientos como para que le escuchase, pero eso no quitaba que la fuese a observar. Que se fijase en todos los detalles que su rostro poseía. En la pigmentación grisácea de sus ojos, en su nariz perfilada, en sus labios entre abiertos, en sus mejillas rosáceas por las que vio caer...una lágrima.

Levantó la cabeza hacia sus ojos con tal rapidez, que, si se hubiese tratado de un humano, enseguida se habría mareado, y volvió a detener su vista en sus orbes. Aquellos que permanecían en aquel momento inmóviles en un punto fijo, y que poco a poco se tornaban más cristalinos por las lágrimas. Le daba rabia pensar que había un pensamiento tan terrible en la cabeza de Olivia como para que cada vez que pensase en él, se pusiese a llorar. Pero no podía hacer nada. No podía salvarla de aquello si ella no quería, y tampoco se atrevía a preguntar, porque eso conllevaría que, del recuerdo, las lágrimas apareciesen, y él se negaba a ser el protagonista de su llanto.

Olivia le miró en el momento en que sintió que el colgante ardía en su pecho. Le regaló una sonrisa triste, y se secó el rostro con el dorso de la mano.

—Siempre estás ahí. Y siempre de la forma que necesito. Me cuidas y me proteges sin importar qué. Miras por mi bien, y solo te puedo dar las gracias por ello. Desde que llegaste, cambiaste mi mundo. Me hiciste más fuerte y más feliz. Hiciste todo lo que yo sola no pude. Y te mereces saberlo. Te mereces saber de dónde me sacaste.

El colgante se sacudió solo, y eso no significaba otra cosa que al demonio le había dado un vuelco el corazón. No porque fuese a contarle lo que la atormentaba, sino porque había logrado que esa chiquilla con insomnio, que le quitó el corazón, consiguieses salir de su pozo.

—He estado aquí para todo, y voy a seguir estándolo. Pero el mérito no es mío, princesita, es tuyo. Tú has sido lo suficiente fuerte como para afrontarlo todo. Yo solo te di un empujoncito para que tú sola te dieses cuenta de lo que vales.

Olivia ladeó una sonrisa.

—Y por eso mereces saberlo.

—No tienes que hacerlo si no quieres. No te sientas presionada.

Iba a continuar hablando, pero Olivia colocó su mano encima de la de él.

—Lucas, lo hago porque quiero.

El demonio respiró profundo y la joven cerró los ojos. Tenía que concentrarse en no llorar ante el recuerdo, no quería ver la expresión preocupada de Lucas por su rostro empapado.

Olivia soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo. Le costaba mucho hablar del tema. Andy se quedó en su piel como una herida que no terminaba de sanar, y por más que intentaba que su recuerdo se convirtiese en una cicatriz cosida con los momentos felices, siempre había un factor que hacía que la herida se expandiese más.

Quizás contárselo a Lucas y desahogarse provocara una mejora que consiguiese cerrar un poco el dolor. Él había sido su punto fuerte en todas las ocasiones, y no pensó que aquella pudiese ser una excepción. No cuando estaba allí, acariciando con su pulgar su mano, y mirándola como si fuese lo único existente en el mundo.

—¿Recuerdas que me castigaron por escaparme? —preguntó. Estaba luchando contra sí misma por no ponerse a llorar.

—Sí.

La mirada de Olivia estaba puesta en el suelo. No se atrevía a mirarlo.

—Bueno, pues si me escapé, fue para ir al cementerio —alzó la cabeza —, porque era el tercer aniversario de la muerte de mi hermana Andy.

Las esmerarlas que el demonio tenía por ojos, sujetaron a Olivia la mirada de forma apaciguada. Le picaban los ojos, pero consiguió que no se escapase ni una sola lágrima, y, por el contrario, se mostró firme y serena: lista para contar la historia. Su historia.

—Todo empezó cuando a Andy le diagnosticaron el síndrome de Rett.

—Todo empezó cuando a Andy le diagnosticaron el síndrome de Rett

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