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Cuando te sientas mal y solo quieras llorar, siempre habrá una persona especial que te ofrecerá su hombro y te hará sonreír

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Cuando te sientas mal y solo quieras llorar, siempre habrá una persona especial que te ofrecerá su hombro y te hará sonreír.

Se encerró en la habitación de un portazo, con las lágrimas amenazando salir. Las piernas le temblaban y acabó deslizándose por la puerta hasta estar sentada, juntando sus rodillas a su pecho. Realmente lo había intentado. Había intentado ser fuerte y no dejar que lo que dijesen le afectase, pero fue en vano. Al final, la sensación de verse rota, pudo con ella, y dejó que todas las lágrimas recorriesen su rostro en silencio. 

El diamante —el que le dio el chico la noche anterior y al que había puesto una cadena para utilizar de collar —, comenzó a desprender un color mucho más intenso y brillante. Y a los segundos, él la estaba mirando con expresión preocupada en el rostro.

Se había perdido ya la cuenta de las veces que sus orbes se encontraron en todas aquellas noches, y una vez más, lo hicieron. Ella, desde el suelo, mirándole con ojos llorosos y el labio temblando. Él, con la preocupación notoria en sus ojos, mirándola desde arriba y sin saber cómo actuar.

Sin pensarlo mucho, Olivia se levantó con rapidez, y sin tiempo para dejarle pensar, se abalanzó sobre él, abrazándole por el abdomen y con el rostro enterrado en su pecho. El demonio la recogió entre sus fuertes brazos, y eso hizo que se sintiese protegida. No hicieron palabras. Solo el tacto del uno contra el otro era más que suficiente.

Al cabo de unos segundos, se separaron un poco, sin quitar los brazos del contrario, y mirándose con fascinación. Sin duda, esas miradas estaban llenas de miles de sentimientos que ninguno era capaz de expresar. ¿Qué se supone que sentían? Era algo totalmente nuevo para ellos, y no sabían cómo debían de actuar. Solo sabían, que cuando estaban juntos, se sentían tranquilos. Tranquilidad, un sentimiento que los dos llevaban mucho tiempo sin experimentar.

Él puso una mano en su mejilla.

—Siempre estaré aquí. No vas a estar sola nunca. Ya no, princesita. 

Olivia sonrió, permitiendo que su rostro fuese acariciado por aquella fuerte y grande mano que le parecía tan cálida.

—¿Cómo te llamas? —susurró.

Esa pregunta hizo que él sonriese también. Ciertamente, aún cuando ya llevaban varias noches juntos y había estado cuidando de ella, jamás le dijo su nombre.

—Lucas.

—Es un poco cursi para un demonio, ¿no? –dijo con una pequeña risa, sorbiendo por la nariz y aún con unas cuantas lágrimas recorriendo sus mejillas.

—Díselo a mis padres. —Sonrió hacia ella.

Otra vez, sus miradas se quedaron clavadas, acercando poco a poco sus cuerpos hasta que la distancia quedó en nada. Una última mirada. Una última mirada antes de cerrar los ojos y juntar sus labios. Ella con todavía unas pocas lágrimas cayendo, y él con las dos manos en sus mejillas secándolas.

Lucas. Ahora sabía que su demonio se llamaba Lucas.

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