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Cuando no cumples una promesa, tus palabras te persiguen en la eternidad

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Cuando no cumples una promesa, tus palabras te persiguen en la eternidad.

Tres años atrás.                           

Todo el mundo sabía que Amelia había sido un regalo para la familia Dubois. Tan pequeña, encantadora, dulce. Era lo que su madre siempre había querido, y ahora que lo tenía, estaba más que extasiada en su dicha. Tenía su familia perfecta, y ya nadie se acordaba de Andrea y su presencia vergonzosa. Incluso ella en muchas ocasiones se olvidaba de que tenía a una criatura que había salido se su vientre, encerrada en las profundidades del hogar.

Por suerte, Amelia no fue solo un regalo familiar de cara al público, sino que realmente era el ser más adorado, tanto dentro como fuera de casa, y es así, que, con tan solo tres años, fue capaz de seguir a Olivia hasta la habitación de Andy, y llevarse la sorpresa más grande del mundo al ver a una persona en la habitación. Obviamente, Amelia no tenía la capacidad de entender lo que estaba ocurriendo, pero sí sabía que esa niña que la miraba sin movimientos ni palabras, le gustaba.

Olivia no dejaba a Amelia bajar demasiado a ver a Andy, no porque no quisiese que estuviesen juntas, sino porque si iba mucho, su madre se daría cuenta y pondría las normas más restrictivas. Andy se quedaría sola, y eso le dolía más que ver a la pequeña Dubois llorar cuando no le dejaba ir al sótano.

Pero todo se desató en desastre cuando a Olivia le llegó una solicitud para ir a uno de los campamentos más prestigiosos de toda Francia. Dos semanas en cabañas excesivamente decoradas con los hijos de la élite.

—Vas a ir y no hay más que hablar. No se les ofrece a todos esta oportunidad, solo a los mejores. Así que no seas tonta y desagradecida.

—No quiero ir. Es una pérdida de tiempo.

—Sales mañana a primera hora, Olivia.

Sin decir nada más se marchó y dejó allí plantada a Olivia, con toda la impotencia recorriendo sus venas.

No podía estar dos semanas fuera.

Andy no lo soportaría.

Esa noche, se pasó todo el tiempo con Andy. Sabía que, en ocasiones como esa, no podía hacer nada contra su madre, solo pensar en cómo hacer su marcha lo más suave posible para su hermana. Por ello, le llevó aquella preciosa caja de música que le regaló su abuelo antes de fallecer, con motivo de que escuchase la melodía de esta para entretenerse. También le llevó el camisón amarillo pastel con el que dormía, para que así, al oler a ella, se acordase de que su hermana mayor seguía cuidándola a la distancia.

—Andy, tienes que escucharme atentamente —dijo mientras le colocaba el camisón —. Me voy a ir unos días, porque voy a estar buscando los mejores libros para leerte. Así que me tienes que prometer que vas a ser fuerte y vas a estar bien para cuando vuelva.

La niña forzó los músculos del rostro para no llorar. Estaba acostumbrada a ver a Olivia todos los días. A que le diese de comer, que le leyese cuentos, que le cantara, a jugar a todo lo que le entretenía. Era duro saber que no iba a estar con ella.

—Mamá ha hablado con la enfermera Amybeth para que venga a verte todos los días y sigas pasándotelo bien, ¿vale?

Andy asintió de manera muy leve, y, aunque la mayor había intentado ser fuerte, no pudo con la cara de tristeza de su hermana y acabó recogiéndola en un fuerte abrazo mientras las lágrimas le caían por el rostro.

—Recuerda que eres lo que más quiero en el mundo, Andy. Nunca te voy a dejar sola.

Con una despedida emotiva de las hermanas, y a la mañana siguiente Amelia enganchada a su pie sin dejarle moverse, porque tampoco quería que se fuera, Olivia acabó subida en el coche que le llevaría a su Infierno personal durante dos semanas.

Fue un trayecto largo y cansado. No podía parar de pensar en Andy y en cómo llevaría la separación. Solo le aliviaba el pensamiento de que Amybeth estaría con ella.

En ese momento recordó que le había pedido a su madre que avisara a la enfermera de su ausencia para que estuviera más pendiente de Andy, pero conocía a su madre, y dudó de que se lo hubiera dicho. Acabó cogiendo el teléfono y le envió un mensaje rápido con una breve explicación.

Pero no cayó en la cuenta de que estaba en el monte. Sin señal.

El mensaje no había llegado.

Y no se dio cuenta hasta que le devolvieron el móvil al finalizar el campamento.

Tenía un mal presentimiento.

Cuando llegó a su casa, ya era demasiado tarde.

Nadie había ido a ver a Andy.

Se ahogó con su propia saliva.

Andy había muerto.

Había muerto sola.

La había dejado sola.

Justo lo que dijo que no haría.

Justo lo que dijo que no haría

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