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Cuando tus acciones te quieren llevar al Cielo, tu corazón querrá ir al Infierno

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Cuando tus acciones te quieren llevar al Cielo, tu corazón querrá ir al Infierno.

Nunca te voy a dejar sola.

A Olivia se le habían quedado esas palabras grabadas a fuego. Desde que Andy murió, no había día en que no se las repitiese y se sintiese culpable. Había incumplido su promesa. La había dejado sola. Y recordar eso le llenaba hasta las entrañas de dolor.

Todo era su culpa.

Nunca tuvo que ceder ante su madre para ir a ese estúpido campamento.

Debería de haberse quedado a su lado.

La muerte de Andy conllevó que su madre se calmase y que a la vez se volviese más restrictiva. Amelia ya tenía tres años y debía de empezar a llevar una educación digna para alguien de su posición, pero, ante todo, se centró en Olivia y en que cumpliese con todas las expectativas que había puestas en ella por ser la primogénita, por ya no hablar de que, en ese momento, tenía diecisiete años y todos sabían que esa era una época compleja para todo joven. Pero Olivia tenía el corazón roto y el alma en los suelos. No tenía fuerzas para desobedecer o enfrentarse a su madre. Ya no había nada en ella. Era simplemente un cascarón sin nada dentro, y solo volvía en ella, cuando Amelia se acercaba. Ella era su único rayo de luz. La única razón por la que seguía viva.

Lucas no dijo nada. Solo la observó en silencio mientras sentía su dolor y le acariciaba la palma de la mano, cual le había sido inevitable no coger en símbolo de cariño y fuerza una vez que el primer temblor de labios apareció en Olivia al relatar su pasado y recordar a su Andy.

—El camisón que te di la noche que tenías fiebre...

Olivia asintió.

—Era el que le di a Andy antes de irme. Con el que murió.

—Mierda —gruñó Lucas.

—No pasa nada. No lo sabías. Suficiente que supiste llevar la situación, porque estoy segura que nunca has tenido que cuidar a alguien enfermo.

—Nunca lo había hecho —admitió —. Pero eso da igual. Por mi culpa estuviste peor.

—Lucas.

Los dos fijaron sus orbes en el otro. Las esmeraldas del demonio tenían un destello de preocupación, y el cielo nublado de Olivia se sentía aliviado de haber hablado en voz alta de Andy por primera vez en mucho tiempo.

—Tú no tienes la culpa de nada. Todo lo contrario, eres todo lo bueno que me ha pasado en la vida después de Andy y Amelia —confesó, aunque lo dicho no era un misterio para nadie —. Sabes perfectamente cómo estaba la primera vez que llegaste. Estaba rota. Muerta en vida. Y ahora, gracias a ti, he vuelto a recordar lo que es vivir. He estado los últimos dos años acatando todo lo que mi madre me exigía y ni siquiera me importaba tener voz o voto. Dos años, y tú en cuestión de meses has cambiado eso.

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