| Capítulo 1 |

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 01 | Dévora 

Sinceramente, mi primera vez en el avión estaba siendo un dolor de cabeza.

O al menos, eso era lo que me estaba tratando de convencer al saber que ni siquiera podía levantar una taza de té por miedo a que se me cayera ante cualquier movimiento inesperado.

Miré a ambos lados. Todos los pasajeros estaban en sus sillas, aburridos o dormidos por el largo viaje. Podía haber dormido, pero nunca había sido digna amante del sueño.

Solía tener insomnio. En mi casa, cuando mi hermano se dormía y todas las luces se apagaban, y solo la luz de la luna alumbraba las habitaciones, caminaba por los pasillos de cada piso.

No dormía hasta que fueran las tres de la mañana.

Me dejaba acariciar por el silencio, la oscuridad, lo taciturno del ambiente gótico de la construcción de mis padres, que, ahora, era mía. Siempre paseaba con mi bata de seda de color azul pastel. Caminaba en silencio mientras admiraba cada aspecto y ángulo que me rodeaba.

Mi hermano me llamaba paranoica. Pero yo solo lo llamaba rutina.

Era una lástima que mi rutina no pudiera realizarse en el avión.

—¿Cansada?

La voz me hizo voltear hasta encontrarme con la mujer que estaba a mi costado, era una de las encargadas y trabajadoras de la editorial que me respaldaba. No me había dado cuenta de su presencia hasta que me habló.

—Ansiosa—respondí.

—Es tu primera vez, es normal que estés ansiosa.

Tenía razón. Estaba ansiosa porque era mi primera vez viajando a una Feria Internacional del Libro. Días antes, me imaginaba la sonrisa en mis lectoras, la desesperación de ellas—de una buena forma—en verme, el goce que sentiría al sentirme querida.

No me gustaba ser el centro de atención. De hecho, me consideraba una persona un poco introvertida. Me gustaba ser yo la que observaba. Pero solo cuando se transmitía el cariño y la devoción mediante la mirada, me gustaba ser observada.

Por eso estaba ansiosa.

La diferencia era que yo siempre estaba ansiosa, como si estuviera escapando de algo.

—¿Cómo dijiste que te llamabas?—pregunté.

La mujer que tenía delante tenía la piel demasiado pálida, demasiado blanca. Sus ojos eran muy abiertos, como si fuera a hipnotizar a alguien y la tomara como su víctima. La contextura de su cuerpo era delgada, recta. Ofrecía calma.

Pero una calma ominosa.

La mujer me sonrió, y a mi me envió escalofríos.

—Me llaman Mort.

Asentí lentamente. Ella agarró una cucharita y la hundió en el té. Empezó a moverlo en círculos hasta hacer pequeños sonidos al chocar con la taza.

—El té no se te va a caer—continuó moviendo su cuchara en el té. Sus dedos eran delgados, delicados al hacer el movimiento—. Deberías tomarlo.

Miré el persistente movimiento que hacían sus dedos. Por un momento me pregunté cómo un simple movimiento podía generar temor.

De pronto, me sentí incómoda ante la fija mirada de ella. Su sonrisa blanca, los ojos negros, completamente negros.

Observé mi té.

—Cuando llegaremos, te morirás al ver lo hermosa que es Francia—agregó con una sonrisa, supe que estaba continuando con los círculos en el té. La cuchara se movía y se movía—. Bebe si quieres.

Detrás de ti (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora