| Capítulo 35 |

19.6K 817 319
                                    

35 | Víctor

Mi preciosa mujer parpadeó dos veces.

Tres veces.

Cuatro veces.

Hasta que sus deliciosos labios carnosos se abrieron lo suficiente como para articular palabra.

—¿Guerra?—frunció un poco el ceño y ladeó su cabeza hacia un lado—¿Alianzas?

Joder, incluso cuando preguntaba con ese tono desconcertado era jodidamente hermosa.

Me permití pasear mis ojos por todo su cuerpo.

Me bastó hacerlo para que un sacudón se apoderara de mi polla. Lo suficiente como para tensar mis testículos y hacer palpitar la cabeza de mi pene.

A diferencia de su estadía en Estados Unidos, atrás habían quedado las prendas de colores pasteles. El azul pastel. El celeste claro. Rosa pastel. Amarillo patito.

Ahora tenía un vestido rojo acentuado a su cuerpo y deliciosas curvas. Uno corto, que dejaba sus delgadas y contorneadas piernas expuestas. Sus brazos estaban libres al igual que las curvas de sus hombros y su maldita clavícula.

Se veía dolorosamente preciosa.

La puta necesidad incesante de estrechar contra mi cuerpo, hundir mi rostro el hueco de su hombro y oler su aroma hasta saciarme no cesaba.

No solo eso, sino que desde que habíamos dormido juntos, la tensión en mis muslos y la rigidez en mi cuerpo solo me recordaban las ganas insaciables de follar a Dévora una y otra vez.

Habían pasado cuatro días, treinta dos horas y cincuenta minutos desde que no habíamos follado.

Habían pasado cuatro días, treinta dos horas y cincuenta minutos desde que follamos en el bosque.

Desde que follé de tal manera que cualquier idiota que la viera se diera cuenta que esa mujer me pertenecía.

Era mía.

Había esperado meses, días, horas y segundos para tener a mi mujer conmigo. En Francia. En mi casa. Y en mi cama.

Ahora la tenía.

Tenerla desencadenó un precio: que descubriera el demonio que era.

Dévora Bronté conocía mi nombre, mi procedencia, mi debilidad y mi trabajo, pero no cada parte oscura de mí.

Y yo iba a hacer que esta mujer se enamorara de cada parte rota, terrorífica y oscura de mí. No solo su cuerpo ni su mente, sino su alma.

Conocería mis partes más depravadas.

Todas aquellas desligadas de la moral. De lo legal.

Si antes me conocía como un acosador, ahora me conocerá como lo que realmente soy: El demonio de la oscuridad.

Iba a llevarla a conocer el éxtasis de la oscuridad. La incertidumbre de lo prohibido. El placer de lo terrorífico.

No la iba a soltar nunca. Aún así amenazara con cortarme las bolas, entonces se las daría en una bandeja de plata.

Porque yo era su hombre. Y ella, mi mujer.

—¿Y?—Dévora alzó una ceja, subiendo su tono de voz—¿Vas a decirme?

No estaba bromeando cuando decía que la guerra se avecinaba. Lo hacía. Cada segundo era una arena menos en el reloj.

Era esa una de las razones por las que había traído a Dévora conmigo a Francia.

Detrás de ti (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora