| Capítulo 28 - Parte I |

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28 | Víctor

Después de lo sucedido, Dévora y yo apenas nos habíamos dirigido la palabra.

Al menos ella no me dirigía la palabra.

Acto que podía comprender perfectamente después de casi ver amenazada su vida y salir muerta.

Y después de que se enterara de que eran mis enemigos quiénes la perseguían.

Aunque, en realidad, ni yo mismo tenía la puta certeza de ello. Había probabilidades de que fueron Rayford, Vincent, incluso malditos desconocidos que ni yo mismo podía recordar.

Cual fuera el escenario ninguno pudo contra mi chica.

Porque ella era fuerte. Porque ella era astuta. Porque ella era poderosa.

Lo mío siempre era impresionante.

El orgullo, por una parte, me hinchaba el pecho al saber que pudo defenderse sola y asesinar—de una manera sangrienta y cruel—al idiota que intentó hacerle daño.

Pero eso no era suficiente. Las cosas se me habían escapado de las manos, acto que nunca sucedía pero pasó.

Se estaban adelantando por más anticipadas que estuvieran. Tenía que ir más rápido que ellos.

La verdad me estaba acechando y a Dévora la estaba amenazando.

Cuales fueran las opciones, ellos habían hecho lo que nadie debía atreverse cuando se trata de mí: amenazar a mi mujer.

Nadie amenazaba lo que era mío y salía ileso. Nadie atacaba lo mío y salía sin las tripas en el aire.

Amenazar a mi mujer era invocar al mismísimo demonio.

Sí. Las personas me llamaban de mil formas. Me llamaban desde bestia hasta su peor pesadilla. Los rumores esparcidos sobre mí eran infinitos. Temblaban cuando me veían al frente de ellos.

Y tenían razón. Estaban en lo correcto.

La primera vez que estaba furioso, destripé a una persona viva y la ahorqué con sus propias tripas. Lo crucifiqué e hice que todos lo miraran. Me encargué de estar en primera plana mientras observaba cómo agonizaba poco a poco y su vida se apagaba.

No sentí culpa, ni remordimiento o vergüenza.

Sí, era un maldito.

¿Me avergonzaba serlo? En lo absoluto.

Pero cuando este maldito estaba enamorado, obsesionado y ensimismado con su mujer, nadie debía osar con lastimarla.

Nunca había sentido esa ira irrevocable en mí, esa necesidad de protección furiosa y vengativa.

Era nuevo.

Desde aquel suceso, siempre me había caracterizado por ser solitario, gruñón, una maldita bestia oscura y amenazadora. Lo único que siempre me había acompañado había sido la sangre, la oscuridad, los gritos, las muertes y la sed de venganza.

Nunca había sentido un bombeo constante en mi corazón o sentirlo en la punta de mi garganta. El pecho jamás se me había hinchado de miedo ante la posibilidad de que alguien saliera herido o lastimado.

Sí, protegía a las personas. A los niños. A las mujeres. Pero era una sensación totalmente diferente.

El miedo jamás me había consumido tanto, a tal punto de volverme jodidamente loco.

Pero lo hizo con Dévora.

Y yo no iba a poner ninguna objeción ante aquellas emociones y sentimientos.

Detrás de ti (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora