| Capítulo 27 |

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27 | Dévora

Un instante antes las luces parpadeaban a tal punto de nublarme la vista.

Unos segundos después, la habitación se quedó con una luz tenue. Baja, lo suficientemente baja como para que la oscuridad invadiera.

Había olvidado en dónde estaba: En una Casa Embrujada.

La música de angustia aún persistía, rebotando en las paredes como un eco. No hacía más que dolerme los oídos.

Y los gritos. Desesperados. Ansiosos. Miedosos.

Mis ojos se movieron por todas las paredes de la habitación, como si tratara de revisar y cerciorarme de que no hubiera ningún testigo. Con el miedo en la punta de la lengua.

Lo único que encontraba eran manchas salpicadas de sangre.

Pero no era mi sangre.

Ni mucho menos era sangre artificial para simular las matanzas y generar más terror en la casa embrujada. Era sangre real. Porque incluso había tripas pegadas contra la pared, dispersas por todo el suelo. Rosada y babosas bañadas con el líquido rojo.

Ese líquido rojo que aún bajaba lentamente por la pared en gotitas era real.

Los órganos rosados, las tripas cortadas en pedacitos, manchadas de sangre y salpicadas por toda la habitación eran reales.

Y el cuchillo que tenía en mi mano izquierda era real.

No bajes la mirada.

Y yo estaba encima de alguien. Y alguien estaba debajo de mí. Sin moverse. Sin respirar. Sin siquiera emitir ningún quejido.

No bajes la mirada.

Percibía el olor metálico de la sangre. Ese líquido espeso. El hierro abrumaba toda la habitación.

No bajes la mirada.

Mi pantalón estaba manchado de sangre. Mi cabello estaba pegado a mi rostro por el sudor. En mi frente caía una capa fina de sangre y sudor. Mi ropa estaba mojada de sangre.

Mi corazón latía con vehemencia.

Y la tensión se apoderaba de todo mi cuerpo.

No lo hagas.

Bajé la mirada.

Y lo vi.

Se me fue la respiración en el preciso momento en el que lo hice.

Debajo de mí, tenía un cuerpo totalmente masacrado, que apenas era reconocible. Que no era humano.

La cabeza estaba totalmente despedazada. Abierta y partida en la mitad. La piel apenas se podía notar. Toda la carne estaba machacada. Las tripas del cerebro estaban dispersadas. Sus ojos habían sido aplastados. Incluso sus dientes.

Lo único perceptible era su cabello.

El hombre que estaba debajo de mí había sido masacrado.

Asesinado.

Había hecho eso. Yo lo había hecho.

El sonido de la caída del cuchillo resonó cuando lo solté.

Tapé mi boca, sin siquiera importarme que me manchara de sangre. Incrédula, perpleja, estupefacta.

Sintiendo asco, repulsión de mi propio acto, me levanté de inmediato. Me resbalé al hacerlo, cayendo contra el suelo.

Detrás de ti (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora