| Capítulo 44 |

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44 | Dévora

Jamás había sentido la palabra "hogar".

Siempre había sido ajena para mí.

Mi casa, el lugar en donde fui criada, jamás fue reconfortante para calmar mis pesadillas.

Los brazos de Zack jamás se sintieron cálidos en sí.

Pero el tacto, la cercanía y la mirada de Víctor podían sanar cualquier daño habitado en mi alma y corazón.

Lo sabía.

Desde la manera en cómo estaba sosteniendo mi mano contra la suya, aferrándose a mí como quisiera fundirse conmigo y convertirnos en un solo ser, hasta lo calma que se sentía su respiración mientras sobaba mi espalda mientras yo apoyaba mi rostro en su pecho.

Ahí, en el auto, junto con todos los niño que estaban a nuestro alrededor.

América estaba contando unas historias a los niños, con esa alegría inexplicable en ella. Movía sus manos con gestos y sus expresiones faciales ocasionaban sonrisas y pequeñas risas en los pequeños.

Parpadeé, deslumbrada.

Anonada al ver cómo una persona podía dejar su tristeza y preocupación de lado para poder enfatizarse en alegrar la vida de los demás.

Mientras América reía, Ryat, apoyado en la pared con los brazos cruzados, la miraba, con un escrutinio propio de él.

América era una rareza. De las rarezas más hermosas existentes en la faz de la tierra.

Mis labios no pudieron evitar curvarse hacia arriba al ver cómo ella soplaba su mechón desordenado y reía, haciendo que los niños lo hicieran con ella.

Cautivados por ella.

Vincent, por su parte, estaba otorgando los suplementos a los demás hombres, a los niños los envolvía con una sábana y les daba comida.

Annika y Call..., estaban en el otro auto.

Con los respectivos enfermeros al cuidado de su salud.

Como si supiese de la tensión de mi cuerpo, Víctor besó mi cabeza.

—Mi mujer está a salvo—murmuró, su voz ronca—. A salvo—repitió las palabras—. Conmigo.

Una tranquilidad envolvió mi cuerpo.

La tranquilidad de saber que estaba viva. Con él. Juntos.

Víctor no había querido dejar mi mano en ningún momento. Ni yo la de él. Nuestros dedos se aferraban al del otro como si fuesen imanes.

Piel con piel.

Alma con alma.

Porque la mano era el único pendón de la realidad.

La que guiaba, la que encontraba y sostenía para caminar.

—Mi mujer—volvió a repetir Víctor—. Mi mujer está sana y salva.

No pude evitar rodear mis brazos a su cintura dura, esa complexión gruesa transmitía una ola de calor de seguridad a mi presencia.

A pesar de que estábamos con muchos niños a nuestro alrededor, y que la pequeña Victoria estaba aferrada a las piernas de Víctor como si este fuese su padre, alcé el rostro. Mi corazón latió con fuerza, incapaz de creer que aún estaba a salvo.

—Sí—dije tomando su mano y entrelazando nuestros dedos, con fuerza, como si tuvieramos miedo de que nos separasen—. Gracias a ti.

Víctor soltó una pequeña sonrisa, casi diminuta.

Detrás de ti (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora