| Capítulo 37 |

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37 | Víctor

Detestaba lo impredecible.

Estaba dentro de mis reglas seguir un orden establecido, un patrón que no debía de ser roto por nada ni por nadie.

Tenía el control de todo lo que me rodeaba. Y eso incluía a la muerte misma.

Yo decidía quién moría y quién vivía.

Pero solo una persona ha hecho que rompiera con todo el margen establecido:

Dévora Bronté.

Mi preciosa mujer.

Delante de mí, vi cómo el cuerpo del hijo de Sergei se movía frenéticamente mientras que las extremidades por donde había cortado las manos del idiota chorreaban torrentes de sangre.

Ladeé la cabeza hacia un lado, disfrutando del grito de horror del idiota.

Dejaría que gritara. Pronto, le cortaría su lengua.

Alejé mis pensamientos cuando Dévora, con la piel totalmente pálida, se paró y retrocedió de inmediato. Sus tacones repiquetearon en desbalance. No pasaron ni cinco segundos cuando todos los que eran mis socios sacaron su pistola y nos apuntaron.

Iban a atacar.

Con rapidez, tomé a Dévora con suavidad y la puse detrás de mí. Todos mis hombres, incluyendo a Ryat y a los guardias de Dévora, sacaron sus pistolas y apuntaron a los que nos apuntaban.

El silencio se instaló en la sala, oscuro y mortal.

Lo único que se escuchó fueron los pasos lentos del idiota a quién había cortado sus manos. Aquellas extremidades se encontraban en la mesa, llenándola de sangre.

Apreté con fuerza la pistola a Sergei, quién me apuntaba de regreso.

Sus ojos eran dos espadas de fuego oscuro, repletos de ira y furia.

Le devolví la intensidad con mi mirada.

La mandíbula de Sergei se agudizó; a su costado estaba Alaska, con la mirada calculadora y fija en Dévora.

—Te acepté que rompieras el compromiso con mi hija—sus labios se movían con fuerza, escupiendo cada palabra—, pero no que tocaras a mi hijo.

Mantuve el mentón en alto, inmutable.

—Tu hijo hizo algo indebido: tocar y lastimar a mi mujer.

Nadie salía ileso cuando lastimaban a mi mujer.

Si la insultaban, perdían la lengua.

Si la miraban mal, perdían los ojos.

Si la tocaban sin su consentimiento, perdían la mano.

No me importaba si Sergei podía armar un complot en mi contra. Si bien, tenerlo como aliado era algo que tenía en mente, ya no me interesaba convertirlo en uno.

Yo podía contra todos ellos.

Sergei soltó una risa sarcástica. Los tendones de mi brazo se tensaron. Sentí la respiración lenta de Dévora.

—Tu mujer—sus ojos se desviaron hacia ella y yo le enseñé los dientes—. Rechazaste a mi hija para meterte con esta perra—mis ojos brillaron con una furia helada ante su insulto—. Mi hija es rusa, sangre pura. Esa mujer no es más que una plebeya.

Las facciones de Alaska eran agudas, filosas. El resentimiento que tenía hacia mí por el rechazo era evidente en su mirada.

Y el miedo que tenía hacia mí era tan evidente que podía olerlo.

Detrás de ti (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora