| Capítulo 2 |

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02| Víctor 

Como asesino, solía creer que las bendiciones no existían.

Solía creer que los milagros que predicaban las iglesias tampoco lo hacían.

La realidad era que nunca había sido buen creyente de la fé. No creía en los ángeles. Ni mucho menos en las bellezas irreales. No creía en nadie que no fuera en mí mismo.

Ni siquiera creía en las estúpidas leyendas y mitos que se susurraban en las historias.

No creía en las irrealidades.

No lo creía...hasta que la encontré a ella.

Hasta que cayó en mis brazos la mujer más hermosa que pudiera haber visto en mi puta vida.

Cabello castaño. Ojos azules. Piel pálida y suave. Labios rosados.

Había visto miles de mujeres con las mismas facciones tantas veces que había perdido la cuenta. Había tenido sexo con ellas. Me las había follado cuando quería, incluso cuando ellas se disponían ante mí.

Pero ninguna me había causado tanto deseo con solo verla al instante, con simplemente poner mis ojos sobre los suyos.

Ella lo hizo.

Tragué saliva al sentir la delgadez de su cuerpo superficialmente inerte en mis manos. Apreté los dientes y cerré los ojos al sentir que su perfume invadía mis fosas nasales.

Carajo. Olía exquisito.

Lo suficientemente exquisito como para follarla en este mismo instante.

Sintiendo cómo mis músculos se tensaban, incluyendo mis tendones, me arrodillé con ella y la dejé en el suelo. A cada milisegundo que pasaba sentía mi jodido corazón a galope.

Nunca me había sentido así.

Nadie me había hecho sentir así.

La presión de mis dedos en su cabello era un acto difícil de controlar. Totalmente difícil cuando lo único que quería hacer era jalar su cabello, tirar su cabeza hacia atrás y estampar mis labios contra los de ella.

Besarla.

Mi instinto parecía querer gobernarme, gritaba, amenazaba con convertirme en una jodida bestia.

Yo no era una bestia. Pero sí un monstruo.

Uno que obtenía lo que quería. Que tenía lo que deseaba. Que raptaba lo que ansiaba.

De pronto, mis dedos parecieron no haber tocado nunca la seda más fina del mundo...hasta ella. Deslizar mis dedos en aquel cabello castaño era como tocar el mar de un acantilado. Había una jodida necesidad. No por mera satisfacción, sino por el bienestar.

Mi bienestar.

Cuando mis rodillas tocaron el suelo, hice todo lo posible por tocarla con la mayor delicadeza que nunca había utilizado en el mundo.

La mano que estaba en su cintura, en esa jodida diminuta cintura que podía rodear con un brazo, se deslizó hacia su rostro.

Toqué su mejilla.

Y el suspiro que salió de mis labios sonó como un ronroneo tras la máscara.

Parecía un jodido sueño, un paraíso.

Tenía la piel suave, tersa. Su nariz era perfilada, alzada en una puntita graciosa.

Reprimí una risita.

Detrás de ti (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora