Piso de Saga
Al fiscal hacía rato que le estaba consumiendo el mono de trabajo. Por un lado Kanon le había llamado para decirle que no se podía pasar a verle debido a nuevas obligaciones surgidas de imprevisto. Por el otro, la llegada de Shaka a casa resultó ser tan silenciosa como las respuestas ofrecidas a sus inevitables preguntas, y en ese momento el forense se hallaba durmiendo parte de las horas perdidas en una larga noche repleta de tensiones y trabajo. Era tal el agotamiento que sufría Shaka que ni siquiera se fijó en el desorden que había ocasionado Saga en su infructuosa búsqueda de oscuros pasados, o si se fijó no tuvo ni fuerzas ni ánimos de entrar en un bucle de discusión de responsabilidades que mentalmente le iba a agotar todavía más. En ese momento dormir un poco era su única prioridad, y dejar a Saga con demasiadas preguntas sin responder se convirtió en un bache que ya afrontaría después.
Cierto es que durante la noche Saga al fin había dejado de lado el tema de los papeles, esperanzado con la promesa de Kanon de acudir a darle soporte en su búsqueda, y siendo el aviso que le dio Shaka informándole que no llegaría a casa hasta la mañana siguiente el que consiguió mandarle a la cama, dónde durmió del tirón por primera vez en incontables días. Cuando Saga amaneció Shaka aún no había aparecido, viéndose obligado a desayunar en soledad y administrarse toda la colección de pastillas que le hacían compararse con un prematuro anciano, todo antes de la llegada de su personal inspector sanitario.
Y ahora Shaka dormía, Kanon no venía, Shura no le respondía al teléfono, el cuál le aparecía como apagado, y a Saga se le estaba zampando vivo una hiperactividad que no hallaba foco dónde poder centrarse. El fiscal necesitaba hablar con alguien. Le urgía saber qué narices había ocurrido durante la noche, y si lo sucedido podía tener relación con el desastroso juicio. Anhelaba descubrir por qué Kanon tenía un nuevo asunto que atender en domingo y por qué Shura ni siquiera le daba permiso para molestarle. Aunque a su ayudante le excusaba el hecho que últimamente se le percibía ilusionado, y según sus elucubraciones menos profesionales asumía que era posible que en esos momentos se hallara bien acompañado.
En su amplio apartamento reinaba el silencio, pero en su cabeza hervían, juntas y revueltas, demasiadas ideas...demasiadas conjeturas e incógnitas que unían tiempos presentes y pasados. Que el inspector Camus eligiera reabrir un caso que su padre ganó muchos años atrás no le gustaba. Y menos le gustaba aún que entre todos los papeles que él siempre había guardado celosamente después del fallecimiento del admirado Aspros Samaras no hubiera nada referente a éso. Pero él no era el único que debía tener en su poder información sobre dicho caso. En ese entonces el inspector Manigoldo Granchio era quién estaba al mando, y si había alguien más en disposición de tener información referente al caso ése era DeathMask.
La última imagen que Saga guardaba de DM en los recuerdos grabados por sus retinas, era su decadente presencia en el estrado. Después de ese instante inmortalizado por su mente no habían vuelto a verse, y hablar era algo que seguramente ninguno de los dos había sopesado detenidamente.
Hasta ahora.
Saga se acercó a la habitación, donde la entornada puerta dejaba translucir la imagen de Shaka profundamente dormido, ocupando casi la totalidad de la extensión bajo su cuerpo aprovechándose de la ausencia de compañía. Por instinto de protección, no para el ausente forense sino para sí mismo, Saga cerró del todo la puerta con sumo cuidado de no hacer ruido, y con pasos calmados se dirigió de nuevo al salón en busca de su móvil. Ni siquiera se permitió la tentación de dudar, y buscando rápidamente el contacto llamó. Los tonos se sucedían, y cuando al fin cesaron la voz que escuchó se podía calificar con cualquier adjetivo que no definiera precisamente la palabra amabilidad.
- Hola DeathMask...
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