47. In fraganti

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Todavía en "The Wyvern's Cave"...

Shaka se quedó con las ganas de saber qué suponía dominar una partida de otro calibre sobre la mesa de los secretos y las más lascivas confesiones. Aunque la excitación que le había despertado la mano de Saga jugando con su piel bajo la protección de los oscuros bóxer no le dejó tiempo para más.

Sencillamente se dejó caer, arrolló a Saga con su peso, manteniéndole tumbado panza arriba sobre el estrecho banco elegido para su necesaria recuperación, y le asaltó con la misma hambruna que había sido devorado él. Deshacerse de los pantalones y la ropa interior que medio dignificaba a Saga no fue una tarea difícil, dada la inestimable colaboración que le ofreció el exhausto Fiscal, quién recibía con gusto toda la sarta de besos y perniciosas caricias que el forense estaba dispuesto a verter sobre él.

El banco se antojaba pequeño, incómodo y limitado. La mesa anclada frente a él tampoco contribuía a facilitar la inminente unión, aunque tampoco fue capaz de impedirla. En ese segundo asalto de pasión, Shaka se olvidó de las reminiscencias de su resfriado, de la aparatosa cicatriz que siempre surcaría el pecho de su amante, y de la remota posibilidad que alguien decidiera interrumpir una escena que recordaba los inicios de su relación, cuando ambos cedían a la tentación de dar rienda suelta al deseo sin esperar lecho que cobijara su desenfreno. El coche del Fiscal sabía mucho de ello.

Apenas gozaron de tiempo para recuperar algo de toda la decencia perdida durante esa tórrida e inesperada tarde, cuando unos insistentes golpes propinados contra la cerrada puerta osaron perturbar el necesario reposo y la consiguiente hidratación de sus gargantas.

- ¿Te habías citado con alguien ahora? - Preguntó Shaka, que palideció por completo al volver escuchar los repetitivos golpes, recordándose de inmediato que tanto él como Saga no lucían precisamente ninguna carta de presentación acertada para recibir visitas.

- No que yo recuerde...- Saga se alzó como activado por un resorte, apresurándose a recuperar toda la ropa que rápidamente debía volver a vestirle.

- ¡Saga! ¡¿Cómo que no recuerdes?!

Los golpes arreciaron de nuevo, ahora acompañados por el sonido de una sobria voz reclamando expresa atención. Camus era quién se hallaba tras la puerta cerrada con llave, y saber que no podían evadir la visita que les ofrecía el inspector aceleró y entorpeció la urgencia del Fiscal y del forense para vestirse y acicalarse los alborotados cabellos con toda la destreza posible en un bache como ése.

- Mierda, mierda, mierda...- Se quejaba Shaka, presa de un latente nerviosismo, exhibiendo un delator "mea culpa" en todos y cada uno de los gestos y desubicadas palabras que le traspasaban.

- Tranquilo, poniéndote así sólo nos vas a delatar más...- Rogó Saga, que ya no recordaba dónde buscar las gafas, decidiendo olvidarse de ellas al tiempo que no descuidaba el detalle de guardar los bajos de la camisa tras el cinto de los jeans casuales que siempre vestía cuando no trabajaba. Los zapatos fueron los siguientes en recuperar su lugar, y ambas manos se pasaron a modo de peine por esa mata de cabello sospechosamente húmedo que le acercaba con mucho peligro a la perpetua dejada imagen de su gemelo.

Shaka se apresuraba a hacer lo propio, colocándose las zapatillas deportivas sin molestarse a deshacer los lazos y comprobando, ahora sí, que los botones de su camisa de lino eran pasados por el ojal correspondiente.

"¡¿Hay alguien?!"

Camus insistía, y Saga se acercó a la puerta viéndose detenido por la subida vergüenza de la que Shaka era víctima.

- ¡Espera! ¡No le abras todavía!

El Fiscal se detuvo, suspiró paciencia y rodó su mirada hacia el techo para no contagiarse de los absurdos nervios que el joven rubio derrochaba a diestro y siniestro. Para mantener intacta su supuesta respetabilidad, Shaka debía comprobar que allí no quedara ninguna prueba que expusiera el lujurioso crimen que ambos acababan de cometer, apresurándose a recoger un par de arrugadas servilletas de papel que habían caído a los pies del billar, custodias de flamantes pruebas para el sagaz inspector. Saga no le dio tiempo para más dudas, y cuando Camus se decidía a golpear la puerta por enésima vez, el seguro gemelo mayor inspiró hondo, carraspeó para aclararse la voz y se dibujó la mejor sonrisa que estaba en su disposición, coartando en seco la intención de Shaka de buscar un cubo de la basura mientras le obligaba a meterse esas sucias servilletas dentro del bolsillo de sus vaqueros.

Duelo Legal III: AcechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora